En la clásica tradición mística, el camino de seguimiento suele describirse en tres “vías”: la vía purgativa (purificación), la vía iluminativa (iluminación) y la vía unitiva (unificación).
Al haber vivido una seria conversión, al esforzarse por adquirir las virtudes y al asumir conscientemente el combate contra nuestros tres enemigos -mundo, demonio y carne-, el Señor inicia en nosotros el proceso de purificación interior. Se trata aquí de los apegos a nuestras pasiones, así como también a las propias ideas, ilusiones, deseos, etc.
Los maestros de la vida espiritual hacen la distinción entre la así llamada “purificación activa” y “purificación pasiva”.
La purificación activa significa que, con la ayuda del Espíritu Santo, procuramos refrenar todo lo desordenado en nosotros, todo lo que restringe nuestra libertad. En este proceso entra la “ascesis”, de la que ya habíamos hablado anteriormente. Recordemos que se trata de reconquistar el “señorío en nuestra propia casa”, con la ayuda del Espíritu Santo. Con estos esfuerzos de nuestra parte, el Señor nos va purificando, al irnos desprendiendo de todo apego a aquello que no procede de Él ni está abierto a Él.
En cuanto a nuestras pasiones desordenadas, nos resulta fácil entender este proceso. De hecho, ya habíamos hablado sobre ello al meditar la virtud de la templanza. Pero la purificación va más allá… No se trata únicamente de vencer todo dominio desordenado y reconquistar el “señorío” sobre nosotros mismos. Cada pecado y cada imperfección voluntaria limita la fuerza de amar; es decir que se reduce o incluso queda persistentemente afectada nuestra capacidad de responder al amor de Dios. Es cierto que, con el perdón de los pecados, se nos ofrece siempre de nuevo la posibilidad de retomar el camino del amor; sin embargo, el Señor quiere que seamos purificados de las malas inclinaciones, y que, con Su ayuda, trabajemos en ellas… Toda nuestra fuerza de amar ha de dirigirse indivisa a Dios, para poder cumplir cada vez mejor el primer mandamiento, que nos dice que hemos de amar al Señor con todas nuestras fuerzas…
El concepto de “purificación activa” hace énfasis en nuestra colaboración para este proceso. Entonces, nosotros mismos debemos percibir dónde aún estamos apegados, dónde hay desorden interior, para tomar las medidas que correspondan y dar los pasos necesarios. Para ello se requieren decisiones de la voluntad, y también poner en práctica la así llamada “segunda libertad”.
La “primera libertad” consiste en tomar una firme decisión en relación a nuestro camino espiritual. Pongamos un ejemplo… Me doy cuenta de que aún tengo una curiosidad demasiado grande en lo que respecta a las noticias y novedades mundanas. Y esto afecta a mi vida espiritual: repercute en mi oración, me quita mucho tiempo y satisface en mí esa ansiedad interior hacia lo novedoso. Eso sin entrar a analizar más a fondo otras posibles razones… Por eso, con mi “primera libertad”, tomo la decisión de proceder contra esta curiosidad, de estar más atento a lo que sucede en mi interior y de cambiar mi actitud. Concretamente, me decido a que ese tiempo que solía dedicárselo a satisfacer mi curiosidad, lo emplearé para la oración o para leer la Sagrada Escritura; es decir que se lo regalo a Dios.
Ahora bien, ¿en qué consiste la “segunda libertad” que habíamos mencionado?
Resulta que esta decisión que he tomado sucumbirá una y otra vez bajo mi debilidad, y entonces aparece el riesgo de desanimarme porque otra vez no he logrado mi propósito. Aquí es donde hay que aplicar la “segunda libertad”, que es necesaria para sostener mi primera decisión. Se trata de tomar las medidas que me ayuden a poner en práctica este propósito. En el ejemplo de la curiosidad, una medida sería la de evitar navegar en el internet “así por así”, o no leer cualquier revista que tenga ante mis ojos, o no hacer preguntas por pura curiosidad cuando esté conversando con alguien ni querer saberlo todo, etc… Esto significa que me pongo ciertas reglas y tomo ciertas medidas que sostengan mi primera decisión, e invoco la ayuda del Espíritu Santo para aplicar mi “segunda libertad”.
En todo ello, hemos de tener siempre presente cuál es la motivación para esta purificación activa: ¡Lo hacemos para acercarnos más a Dios! Así, con nuestra colaboración, el Señor nos va purificando, para que la atención del corazón y de los sentidos no se dirija a las cosas pasajeras y poco valiosas; sino que esté puesta en Él.