«Señor mío y Dios mío, prívame de todo lo que me aleja de ti, dame todo lo que me acerca a ti, haz que ya no sea mío, sino todo tuyo» (San Nicolás de Flüe).
Esta oración de San Nicolás de Flüe resume brevemente las etapas del camino espiritual.
Para pronunciarla se necesita cierto valor y una mayor confianza en nuestro Padre Celestial. Pero en realidad, si hemos despertado al amor a Dios y sabemos que es necesario atravesar purificaciones interiores para crecer en ese amor, debería ser natural dirigirle estas peticiones. El amor de nuestro Padre ha de derretir en nosotros todo aquello que aún nos impide unirnos a Él.
Santa Teresa de Ávila se lamentaba de que solo hay pocas personas dispuestas a atravesar estas purificaciones en el camino espiritual. Quizá no han entendido aún de qué se trata realmente y se dejan confundir por todo tipo de temores y falsas ideas. Sin duda, el enemigo del género humano también hará lo suyo, tratando de impedir que nos transformemos a imagen de Cristo. A fin de cuentas, esa es la meta en el camino espiritual.
En el Mensaje a sor Eugenia Ravasio, nuestro Padre nos asegura que Él no es «ese terrible Dios», como algunas personas lo imaginan en sus miedos. Algo similar podemos aplicar a las purificaciones interiores. Éstas no son terribles en absoluto, sino que es la sabia obra del Espíritu Santo para desprendernos de aquello que aún nos impide acoger plenamente el amor de nuestro Padre. Si colaboramos con Él, podremos liberarnos de lo que aún nos ata y abrirnos así al amor más grande y verdadero. Los sufrimientos que probablemente conllevan estos procesos de desprendimiento de apegos excesivos a bienes menores, podemos ofrecérselos al Señor, pidiéndole que los integre misteriosamente en su obra de salvación.
Dios escuchará esta oración y nadie puede superar su sabiduría a la hora de guiar un alma dócil hacia su meta.