“Puedes vivir en la alegre expectación de la eternidad y anhelarla, pero primero tienes que cumplir tu misión” (Palabra interior).
Para cada persona en particular, nuestro Padre ha previsto una tarea específica, que hemos de cumplir lo mejor posible con la gracia de Dios. Si conocemos al Padre Celestial y vivimos en estado de gracia, estamos en las mejores condiciones para ello, pues sabemos cuál es el gran deseo del Corazón de Jesús y, por tanto, también de Aquél que lo envió: que el Padre sea conocido, honrado y amado. Si lo intentamos con todo nuestro corazón, entonces ya estaremos cumpliendo nuestra primera y más importante misión en este mundo. Todas las demás tareas adquirirán su sentido y esplendor más profundo a partir de esta primera misión.
En el Mensaje a la Madre Eugenia, nuestro Padre Celestial nos exhorta a convertirnos en apóstoles de su amor paternal y a buscar todos los caminos posibles para llevar a los hombres el mensaje de su amor. Ésta es una misión infinitamente digna y fructífera en el seguimiento de nuestro Señor Jesucristo.
En el camino hacia la eternidad, nuestro corazón puede encenderse y anhelar ardientemente llegar lo antes posible a la vida eterna. Ciertamente no necesitamos refrenar este anhelo, si procede del amor. En efecto, el anhelo de la eternidad podrá fortalecernos una y otra vez para cumplir con mayor amor las tareas que se nos han encomendado en este mundo, manteniendo la mirada fija en lo esencial.
Y hay una cosa más que podemos hacer en relación con nuestro anhelo y expectación de la eternidad, si aún no ha llegado para nosotros el momento de entrar en nuestra Patria definitiva. Especialmente en el mes de noviembre, podemos ofrecerlo por las benditas almas del purgatorio. Ellas anhelan ardientemente llegar a la unificación plena y definitiva con el Señor. Tal vez nuestro acto de amor les ayude y el Señor se lo atribuya como mérito, acortando el tiempo de su purificación.