PREOCUPARSE POR LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS

Una vez culminada la serie de meditaciones sobre cómo conocer, honrar y amar más profundamente al Padre Celestial, conviene escuchar de su propia boca por qué Él pide de nosotros estas tres cosas cosas. Dice así en el Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio:

“Solamente pido del hombre algo que él puede darme: su confianza, su amor y su gratitud. No es que desee ser conocido, honrado y amado porque estuviese necesitado de mi criatura o de su adoración. ¡No! Es sólo porque deseo salvarla y hacerla partícipe de mi gloria que me rebajo a ella. Mi bondad y mi amor me hacen ver que aquellos seres que he sacado de la nada y que he adoptado como verdaderos hijos, están a punto de precipitarse en gran número a la eterna desgracia con los demonios, fallando así al propósito de su creación y perdiéndose para el tiempo y para la eternidad.”

Entonces, por un lado tenemos el gran deseo de nuestro Padre de redimirnos y de compartir con nosotros su gloria; y, por otro lado, su preocupación de que podemos condenarnos. Hoy en día, apenas resuena en el anuncio de la Iglesia esta preocupación por la salvación o condenación eterna de las almas. Esto es signo de una gran ceguera y de una pérdida de sensibilidad hacia la seriedad de nuestra fe. De esta manera, también terminamos enceguecidos en relación al amor y la misericordia del Padre Celestial, y entra en nuestra vida de fe un elemento extraño e irreal. Si se desvanece o incluso se pierde la preocupación por la salvación de aquellos que viven en pecado y no se convierten, no se ha entendido correctamente la misericordia de Dios y su anhelo de salvar al hombre.

Si queremos conocer, honrar y amar de verdad a nuestro Padre, no podemos pasar por alto su seria preocupación por la salvación eterna de sus hijos; sino que estamos llamados a tener parte en ella, luchando por medio de nuestra oración y testimonio por aquellos que están en peligro de condenarse.