PREDESTINADOS A LA ALABANZA DE SU GLORIA

“[Fuimos] predestinados (…) para que nosotros (…) sirvamos para alabanza de su gloria” (Ef 1,11-12).

Si queremos descubrir nuestra destinación más profunda y, por tanto, también nuestra más alta dignidad como personas, la respuesta es divinamente sencilla e infinitamente profunda. Nuestra vida ha de hacer traslucir en la tierra la gloria de nuestro Padre Celestial, puesto que hemos sido creados como reflejo suyo.

Este versículo bíblico lo contiene todo. Nuestro Padre ha puesto su mirada en nosotros y nos ha predestinado a ser semejantes a su Hijo, que lo glorificó sin igual en la tierra: “Yo te glorifiqué en la tierra habiendo terminado la obra que me diste que hiciera” (Jn17,4).

¿Puede haber una dignidad más noble para nosotros, los hombres, que la de asemejarnos al Hijo de Dios y llevar a cabo la obra que nuestro Padre nos ha encomendado realizar?

Aunque leamos todos los libros de este mundo, recorramos todos los continentes de la tierra, exploremos el mar y sus profundidades e incluso alcancemos las estrellos, no encontraremos en ninguna parte una respuesta que pudiese superar esta sencilla frase: “Fuimos predestinados a la alabanza de su gloria”.

Nuestro Padre quiere que nos unamos a los ángeles en la alabanza de su gloria y que nuestra vida dé testimonio de cuán bueno es Él, que nos creó y nos redimió; de cuán bueno es Él, que nos santifica; de cuán grande es la alegría de conocer a nuestro Padre, servirle y vivir en Él.

Y si nos cuestionamos qué debemos hacer para servir a la obra de Dios y glorificarlo, la respuesta también es divinamente sencilla: “Jesús les respondió: ‘Ésta es la obra de Dios: que creáis en aquel que Él ha enviado’” (Jn 6,29).

Todo lo demás resulta a partir de ahí. ¡Así de sencillo nos lo pone nuestro Padre Celestial!