«Si estos y aquellos lo lograron, ¿por qué yo no?» (San Agustín).
Hace unos días me encontré esta frase de san Agustín como introducción a la Solemnidad de Todos los Santos en un antiguo Misal.
En efecto, esa es precisamente la voluntad de nuestro Padre celestial. ¿No nos dirigió Jesús la audaz exhortación de que seamos perfectos como nuestro Padre del cielo (Mt 6,24)? No olvidemos que esa es la meta a la que estamos llamados, para luego vivir eternamente con los ángeles y los santos en la presencia de Dios.
¿Por qué no habríamos de llegar nosotros al lugar donde nuestros hermanos nos esperan, desde donde nos miran y nos ayudan de todas las formas posibles? Eso es lo que todos deseamos, ¿no es así?
Entonces, ¿por qué no habríamos de lograrlo?
Si decimos con humildad: «No soy digno», entonces el Señor nos responderá: «Yo te haré digno». Si decimos: «Soy demasiado débil», el Señor contestará: «Yo te levantaré una y otra vez y seré tu fuerza». Si le decimos: «¡Cuántas veces me olvido de ti!», el Espíritu Santo nos asegurará: «Yo te lo recordaré». Si decimos: «Todavía no soy capaz de amar de verdad», el Señor nos dirá: «Implora un corazón nuevo».
¿Acaso creemos que todos los santos eran ya perfectos durante su vida terrenal? ¡Preguntémosles! Sin duda, nos responderán: «¡Jamás! El Señor nos sostuvo y, si fuimos capaces de cooperar en su obra con nuestro granito de arena, fue solo porque Él mismo nos dio la fuerza para hacerlo».
También nosotros podemos alcanzar la santidad. ¡Así lo dispuso el Señor! Solo tenemos que atrevernos a emprender el camino de la confianza y responder al amor de Dios. No olvidemos que nuestro Padre celestial nos asegura en el mensaje a la madre Eugenia que quien lo invoque sinceramente con el nombre de «Padre», aunque sea una sola vez, no se condenará.
En conclusión, querido Agustín: ¡tienes razón! ¿Por qué no habríamos de lograrlo nosotros también?
