“No hace falta que conozcas mi plan en todo, sino que simplemente confíes en mí, como lo hizo tu amada Madre, mi Hija” (Palabra interior).
Los planes de nuestro Padre Celestial son siempre planes de salvación y no de desgracia (Jer 29,11). Estamos llamados a confiar en Dios mismo, y no en aquello que sabemos o creemos saber.
Así, no debe ser una malsana curiosidad la que nos guíe en el camino de seguimiento del Señor, sino la confianza en la sabiduría de Dios, con la certeza de que Él nos dirá y transmitirá a su debido tiempo todo lo que tengamos que saber. Entonces la luz de la confianza nos guiará, penetrándonos desde dentro en cada situación, por incierta que ésta sea.
No es que no esté permitido preguntarle a nuestro Amado Padre cuáles son los planes de salvación que Él ha dispuesto. En efecto, Él mismo nos trata como confidentes y nos llama “amigos” e “hijos” suyos. Sin embargo, cuando queramos hacerle preguntas respecto a su plan de salvación, hemos de hacerlo con la actitud de María.
“¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón?” –pregunta la Virgen santa al mensajero de Dios cuando éste le revela el designio del Padre, que la ha elegido para dar a luz al Hijo de Dios (Lc 1,34).
No se percibe curiosidad ni tampoco desconfianza en esta pregunta. Antes bien, puede entendérsela como si le estuviera preguntando: ¿Cómo lo harás?
Y María recibe una respuesta. Dios le comunica a la Virgen todo lo que debe saber, y Ella se entrega confiadamente en las manos del Padre Celestial: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Ahora a nosotros se nos invita a imitar su confianza plena en Dios. Es una confianza muy digna, que glorifica a nuestro Padre, siendo así que Él merece y desea que confiemos en Él.
Cuando un alma se abre a Dios a la manera de María, Él puede darle todo lo que ha preparado para el hombre. Además, esta alma estaría tomando la actitud adecuada de la criatura ante el Creador, del hijo ante su Padre.
¡La confianza nos libera para amar! Cuando confiamos en nuestro Padre Celestial en todo, nos desprendemos de cualquier seguridad que ponemos en nosotros mismos y nos abandonamos a su bondadosa Providencia. Día a día nuestra gratitud crecerá y, junto con ella, la amistad íntima con Dios.
Entonces nos bastará con saber que los planes del Padre son siempre planes de salvación. Todo lo demás se nos dará por añadidura (Mt 6,33).