“Echaré una vez más la red de mi amor” (Palabra interior).
En medio de tiempos oscuros, cuando la Iglesia yace debilitada y desorientada, nuestro Padre quiere echar una vez más la red de su amor. Así como en aquel tiempo el Señor llamó a Pedro y a los otros discípulos a ser pescadores de hombres (Mt 4,19), así Él no deja de echar la red de su amor y de llamarnos a cooperar en la pesca, aun en los tiempos más difíciles.
A veces parecería que nuestro Padre da rienda suelta al mal y éste cree poder celebrar triunfo tras triunfo y subyugar a toda la humanidad. Pero nuestro Padre siempre tiene planes de salvación; no de calamidad (cf. Jer 29,11). Si Él permite la calamidad, es sólo para manifestar aún más evidentemente su obra salvífica. Los hombres han de despertar del sueño de la falsa seguridad y buscar la verdadera paz, aquella que sólo Dios puede dar. La Iglesia ha de enfocarse en la misión primordial que le fue encomendada; a saber, la salvación de las almas, ser luz del mundo y sal de la tierra (Mt 5,13-14), sin adaptarse al espíritu de este mundo y renunciar así a su verdadera identidad.
Nosotros, por nuestra parte, estamos llamados a anunciar el Evangelio, en el que se revela resplandeciente el amor de nuestro Padre Celestial. Precisamente cuando se nos presentan circunstancias difíciles, no debemos desanimarnos. Hemos de imitar al Señor, que nunca se rinde y no deja de llamar a los suyos a la conversión y a aprovechar cualquier circunstancia que se les presente. Tal vez en tiempos de dificultad algunas personas se vuelven más receptivas al mensaje del Evangelio, porque ya no encuentran su seguridad en lo habitual. ¿Quién sabe?
Sea lo que fuere, nunca debemos dejar que las dificultades nos desanimen. Nuestro Padre es la verdadera esperanza de la humanidad, y el Espíritu Santo está siempre trabajando para mostrárselo a los hombres. Con la mirada puesta en Él, nosotros hemos de hacer la parte que nos corresponde. Si no lo perdemos de vista, podremos dar grandes frutos.