“Pero tú, Señor, eres nuestro Padre” (Is 64,7).
¡Qué profunda confianza se refleja en estas palabras! Las comprenderemos mejor aún si las leemos en todo su contexto, como haremos en la meditación diaria de mañana.
Es el clamor de un alma que reconoce su culpa y su extravío, pero no se rinde y conquista el Corazón de Dios.
De hecho, a través de nuestra confianza podemos realmente conquistar el Corazón de Dios. Pase lo que pase, sea cual sea la situación en la que nos encontremos: siempre tenemos acceso a este camino y a aquella familiaridad que se manifiesta en estas palabras: “Pero tú, Señor, eres nuestro Padre.”
¿Acaso nuestro Padre puede o quiere resistirse a esta confianza? ¡No! Con ella, tocamos lo más profundo de su Corazón, donde Él quiere tenernos para saciarnos constantemente de su inagotable amor. Cuanto más vivamos en esta confianza y familiaridad, activándola en las situaciones concretas de nuestra vida, tanto más responderá el Señor hasta que adquiramos una relación de amor cercana e íntima, una gran luz en medio de una “generación incrédula” (Mt 17,17) y un tiempo oscuro.
“Pero tú, Señor, eres nuestro Padre.”
Podemos adoptar esta frase como compañera en nuestro caminar; no sólo en aquellos momentos en los que confesamos nuestros extravíos y transgresiones, como sucede en este pasaje del Profeta Isaías, sino también en todos nuestros esfuerzos por cumplir la tarea que nos ha sido encomendada en este mundo.
En efecto, muchas veces nos encontramos con tareas inacabadas, que no tenemos bajo control y no nos sentimos capaces de superar. Entonces deberíamos recurrir a estas hermosas palabras: “Pero tú, Señor, eres nuestro Padre”, y confío en que llevarás a buen término todas las cosas.
Esta máxima nos ayudará a profundizar en la naturalidad de la relación con nuestro Padre, y nos dará alas para cooperar confiadamente en el Reino de Dios.