PERMANECER UNIDOS AL PADRE

“No tengáis miedo alguno; permaneced unidos a mí siempre y en toda circunstancia” (Palabra interior).

Sabemos que muchas veces el Señor nos exhorta a no tener miedo. Al hombre suele resultarle ajeno el mundo sobrenatural y no pocas veces le asustan las realidades naturales. En el contexto de la palabra interior que estamos meditando, conviene hacer énfasis en “no tener miedo alguno”. Evidentemente nuestro Padre quiere una confianza indivisa de nuestra parte; una confianza que sea tan grande y fuerte que ninguna circunstancia, por difícil que sea, pueda atemorizarnos.

Si nos fijamos en la frase inicial palabra por palabra, veremos que el Padre nos señala el camino hacia esta intrepidez: es su invitación a permanecer siempre unidos a Él. Esto significa nunca perder de vista a Dios. Para ello, hace falta una vigilancia interior, es decir, no dejarnos absorber por el mundo con sus distracciones hasta el punto de que nuestra alma se apegue demasiado a ellas. Nuestro Padre, por su parte, nunca nos pierde de vista. Por eso, podemos aprender de Él cómo nuestro corazón puede permanecer unido a Él en todas las circunstancias.

Es, ante todo, el vínculo del amor el que produce esta unidad, y la gran obra del Espíritu Santo, enviado a nosotros por el Padre y el Hijo. Si prestamos atención a la guía del Espíritu Santo y la percibimos cada vez más finamente, sabremos notar cuándo nos dejamos atraer demasiado por el mundo, cuándo perseguimos cosas inútiles; cuándo nuestro pensamiento amenaza con perderse en fantasías… Entonces, escucharemos siempre su exhortación a elevar la mirada al Señor.

Si le hacemos caso, nos uniremos más profundamente a nuestro Padre, viviremos en su seguridad y, en consecuencia, podremos vencer con mayor facilidad cualquier temor que nos sobrevenga.