Señora elegida: Me alegré mucho al encontrar entre tus hijos a quienes viven conforme a la verdad, al mandamiento que recibimos del Padre. Y ahora te ruego –y no te escribo un mandamiento nuevo, sino el que tenemos desde el principio–, que nos amemos unos a otros. Y el amor consiste en que vivamos según sus mandamientos. Éste es el mandamiento que oísteis desde el principio: que caminéis en el amor.
Han venido al mundo muchos seductores negando que Jesucristo haya venido en carne mortal. Ése es el Seductor y el Anticristo. Cuidad de vosotros, para no perder el fruto de vuestro trabajo, sino para que recibáis una amplia recompensa. Todo el que se excede y no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios. En cambio, el que permanece en la doctrina posee al Padre y al Hijo.
“El que tiene mis mandamientos y los lleva a la práctica, ése es el que me ama” –nos dice el Señor en el evangelio de San Juan (14,21). Entonces, no se trata en primera instancia de un desbordante sentimiento de amor –aunque también esto es un bello regalo que no deberíamos despreciar–; sino que se trata de vivir en la verdad.
San Juan solamente quiere traer a la memoria aquello que la comunidad ya sabe, y es el Espíritu Santo quien habla a través de Él. Se trata de aquello que oyeron desde el principio… Tengamos presente que es el Espíritu Santo quien nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26).
Como católicos, sabemos bien lo que el Señor quiere de nosotros, y hace tanto bien cuando en las homilías, en conferencias u otras palabras se nos trae a la memoria nuestra fe católica. Es como un agua cristalina, que brota del Trono del Cordero (cf. Ap 22,1); aun si todo esto lo hemos escuchado ya. Cuando se nos transmiten de forma apropiada los contenidos de nuestra fe católica, el alma respira de nuevo, y “se siente en casa” en la verdad. Por el contrario, queda confundida y ensombrecida cuando estas verdades ya no se pronuncian claramente; cuando las ambigüedades e incertidumbres generan neblina; cuando las verdades a medias y los errores se difunden; cuando ya no se piensa partiendo de Dios; sino del hombre…
Sabemos cuál es la síntesis de los mandamientos que hemos de guardar: Amar a Dios y al prójimo como a sí mismo (cf. Mc 12,30-31). ¡Éstas son las pautas para vivir en la verdad!
Ahora bien, el amor de Dios se ha manifestado de forma especial en la Venida de Su Hijo al mundo. Por tanto, vivir en el verdadero amor significa corresponder con todo el corazón al amor de Jesús; permanecer en Su Palabra, llevarla a la práctica y cooperar así en el Reino de Dios, que Él ha previsto para todos los hombres. Quien actúe así, será luz en un mundo esclavizado por el pecado y el error (cf. Mt 5,14).
En ese sentido, no es de extrañar que vengan seductores, queriendo opacar la verdad del Hijo de Dios que ha venido al mundo. Esto puede suceder de diversas maneras. Uno puede negar completamente la Venida del Señor; uno puede colocarlo al mismo nivel con los profetas y maestros sabios (cf. Mt 16,13-14); uno puede despersonalizarlo en el esoterismo; uno puede considerarlo como un simple benefactor de la humanidad o como alguien en cuyo nombre hay que luchar por la liberación política de los oprimidos; entre muchas otras opciones… Todas estas concepciones erróneas tienen algo en común: No reconocen a fondo el amor del Padre, quien ha enviado a Su Hijo al mundo (cf. 1Jn 4,14), y así se pierden del enorme regalo de la fe.
Detrás de este espíritu, que bloquea el acceso al verdadero conocimiento del Mesías, está el Seductor y el Anticristo, como señala San Juan, advirtiéndonos a continuación a que no perdamos el fruto de nuestro trabajo y a que permanezcamos en la doctrina de Cristo.
¡He aquí una importante conclusión que hemos de sacar! La auténtica doctrina hace parte del verdadero amor y de una vida en la verdad. Precisamente en los tiempos actuales, no se puede insistir lo suficiente en esto. El que no permanece en la doctrina no posee a Dios, nos dice la lectura.
De aquí resulta la amonestación para todos los fieles: ¡Aférrense a la auténtica doctrina, aunque algunos digan otras cosas! El Anticristo querrá relativizar y reinterpretar la enseñanza del Evangelio. Para ello, encontrará prestos colaboradores en la Iglesia… ¡De hecho, ya los tiene! Puede que inicialmente apenas se vea y se perciba el daño que causan las falsas doctrinas; pero su veneno penetrará cada vez más en el Cuerpo de Cristo.
Por eso, la advertencia que hoy nos hace el Apóstol es de gran importancia: Si permanecemos en la doctrina de Cristo, poseemos al Padre y al Hijo, y vivimos en la verdad.