“Permanece unido a mí siempre y en toda circunstancia” (Palabra interior).
No cabe duda de que nuestro Padre, por su parte, permanece ininterrumpidamente unido a nosotros, siempre y cuando vivamos en su gracia. También sabemos que, cuando nos desviamos del camino recto, Él nos busca sin desfallecer. Por tanto, se dirige a nosotros la exhortación de no permitir que nada ni nadie nos aleje ni un ápice del camino recto de seguimiento de Cristo.
En este camino puede haber tiempos de sequedad, en los que no sentimos el tierno amor de nuestro Padre. Puede haber fases en las que nos sintamos abandonados y tengamos la impresión de que el Señor ya no piensa en nosotros o incluso nos ha dado la espalda. Tal vez surjan dudas o nos decepcionemos cuando, a pesar de haber orado intensa y sinceramente y aunque no hayamos caído en pecados graves, un determinado acontecimiento que habíamos esperado no se hace realidad.
En última instancia, todo ello es una prueba de nuestra fe, para que nos aferremos a las promesas de Dios aun cuando todo a nuestro alrededor esté oscuro. El acto de fe puede ser totalmente desnudo, pero entonces será más valioso aún, porque confiamos más en nuestro Padre y en su Palabra que en aquello que sentimos o deseamos.
Esta es una formación importante para profundizar el camino con el Señor, y deberíamos traernos a la memoria una y otra vez la Palabra cuando nos acose la desesperanza a nivel interior y exterior. Tal vez incluso tengamos que confrontarnos con burlones que quieran ridiculizar o relativizar nuestra fe.
En tales momentos, es importante volvernos completamente hacia nuestro Padre, realizando actos de fe y de confianza, recordando cuántas veces Dios nos salvó de todo tipo de situaciones y no dejándonos engullir por las dificultades hasta el punto de que nos priven de la libertad de permanecer unidos a nuestro Padre Celestial.