PERMANECE EN MÍ Y YO EN TI

“Permanece en mí y yo en ti” (Palabra interior).

Permanecer significa detenerse y no continuar inmediatamente a una siguiente actividad. También podríamos hablar de “disfrutar”. En las cosas terrenales no podemos detenernos. Si lo hiciéramos, les daríamos una importancia que no les corresponde y nosotros mismos tampoco obtendríamos ningún verdadero beneficio, pues nuestra alma no se llenaría de aquello que en lo profundo anhela.

Con Dios es distinto… En Él nuestra alma está en casa y en realidad no quiere estar en ningún otro sitio. Fue creada para permanecer en Dios, de quien todo le viene. ¿Dónde más habría de ir?

“¿También vosotros queréis marcharos?” –preguntó Jesús a los doce cuando muchos discípulos se apartaron de él (Jn 6,66-67). Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios” (v. 68-69).

Los doce permanecen con él…

¿Y nuestro Padre? Él quiere permanecer con nosotros. Él tampoco se marcha una vez que ha encontrado un alma en la cual morar, sino que se queda en ella. Su búsqueda ha sido satisfecha y, una vez hallada esta alma, irá junto a ella a buscar a otras, para que también en ellas pueda permanecer y ellas en Él.

También Jesús se queda con sus discípulos: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”  (Mt 28,20b). Él nos envía su Espíritu, permanece con nosotros en su palabra, se nos dona en la Santa Eucaristía y en su Iglesia…