«La Iglesia está perdiendo el recuerdo de lo sagrado, que durante tantos siglos había cultivado con esmero» (Palabra interior).
Uno de los peligros de las corrientes modernistas y de todo tipo de innovaciones en la Santa Iglesia es que se va perdiendo cada vez más el sentido de lo sagrado y lo trascendente. Este recuerdo se desvanece cuando se descuidan los debidos gestos de reverencia y se cree que, para ser considerados con la sensibilidad de los cristianos de otras denominaciones, hay que evitar todo lo que podría escandalizarlos, en lugar de explicárselo.
¿Qué diría nuestro Padre al respecto?
Aunque sin pompas ni excesos, ¿no debe la Iglesia reflejar acaso algo de la gloria de Dios? ¡Esto no contradice la pobreza y sencillez que debe cultivar al mismo tiempo! Pero nuestro Padre quiere que su santidad también sea honrada a través de la belleza y la dignidad de la liturgia y de los templos, así como a través de nuestros gestos de reverencia y amor.
¿Cómo será la adoración a Dios en el cielo? En la Sagrada Escritura encontramos descripciones de sublime grandeza.
La frase de hoy hace referencia a las corrientes modernistas, a la degradación de la Santa Misa… Si observamos muchas iglesias modernas, no es raro encontrarse con que carecen de todo rastro de belleza.
Ahora bien, no se trata solo de un asunto irrelevante, sino que lleva a la pérdida del recuerdo de cuán bella y digna es una celebración sagrada sin mancha, o un templo que no se usa indebidamente para «experimentos litúrgicos» y en el que no se reemplaza la música sacra por cantos banales… ¿La generación actual aún sabe cómo se solía cultivar lo sagrado en la Iglesia?
¿Qué diría nuestro Padre? Quizá algo así: el sentido de lo sagrado debe fomentarse allí donde aún existe y despertarse allí donde se ha perdido.
