1Pe 5,1-4
Hermanos: A los presbíteros que hay entre vosotros, yo –presbítero como ellos y, además, testigo de los padecimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse– os exhorto: apacentad la grey de Dios que se os ha confiado, gobernando no a la fuerza, sino de buena gana según Dios; no por mezquino afán de lucro, sino de corazón; no como tiranos sobre la heredad del Señor, sino haciéndoos modelo de la grey. Así, cuando se manifieste el Pastor Supremo, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.
¡Pastores como los descritos en esta lectura son los que deseamos tener en nuestra Iglesia! Apacentar el rebaño de Dios es un servicio honorable y de mucha responsabilidad; un encargo que une profundamente al pastor con el Pastor Supremo de la humanidad. Sin duda es un servicio que implica muchos esfuerzos; pero es la gracia de Dios la que lo sostiene y le da la fuerza para sobrellevar las cruces y contrariedades de una misión tal, y para crecer a través de ellas.
Ciertamente esto cuenta para todos los pastores de la Iglesia, incluido el Sucesor de Pedro, que está llamado a ejercer su servicio para la Iglesia universal con la misma actitud que todos los otros pastores: de buena gana y de corazón.
¡El amor lo hace posible!
Así como una madre suele dedicarse sin quejas a la abnegada tarea de educar a los hijos, y en todas las situaciones le motiva ese amor que Dios ha depositado en las madres, así también los pastores de la grey de Dios han de vivir del amor a Él, que es quien les ha confiado Sus ovejas.
Mientras que el amor de una madre está fuertemente ligado a su naturaleza, el servicio del pastor tiene un carácter más sobrenatural, que requiere constantemente de la oración para alimentarse y volver a conectarse con Dios.
Llama la atención que en la lectura San Pedro exhorte a servir de buena gana y voluntariamente; no a la fuerza.
Puede suceder que a ciertos pastores se les encomiende tareas que están muy lejos de lo que hubieran imaginado o deseado, y que no corresponden en absoluto a sus gustos.
Pero, cuando se trata de un llamado de Dios, existe un camino para transformar una situación que, en un primer momento, podría parecernos forzada y no escogida con libertad: es el camino de la obediencia. Si se trata de una vocación especial, ciertamente ayudará el recordar siempre quién es Aquel que llama; el entrar en un diálogo íntimo con Él; el entregarle a Dios todas las faltas de libertad, todas las ideas o ilusiones que aún nos atan… Entonces, crecerá aquella libertad interior que es necesaria para asumir e interiorizar un llamado.
A través de un camino tal, cambiará también la perspectiva desde la que se contemple el encargo recibido. Lo que antes parecía oprimir, se lo ve bajo una nueva luz, porque empieza a hacerse eficaz la gracia de Dios, a la que uno se ha abierto.
Así, también crecerá el amor a la tarea encomendada, y la sabiduría para saber cómo ejercer un ministerio como, por ejemplo, el del pastor. Cuanto más uno pueda desprenderse de la propia persona y de sus expectativas, tanto más podrá actuar la gracia. Y esta gracia será la que nos muestre que el rebaño encomendado necesita de un ejemplo; que debe ser guiado con sabiduría; y que no es justo que las ovejas sufran bajo el carácter de un pastor que no ha sido suficientemente purificado.
Todo esto también debe ser un llamado para que la comunidad cristiana rece por sus pastores. Todos quienes llevan responsabilidad en la Iglesia, deberían estar presentes en nuestra oración. Cuanto más grande sea su tarea, tanto más necesitan oración; y más aún si se ve que están en peligro de no asumir su misión de forma correcta.