PARTÍCIPES DE LA OMNIPOTENCIA DE DIOS

“Sabéis que todo lo puedo en virtud de mi omnipotencia. A todos vosotros os ofrezco esta omnipotencia, para que os sirváis de ella en el tiempo y en la eternidad” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

¿A qué se referirá nuestro Padre cuando nos ofrece su omnipotencia para que nos sirvamos de ella?

Sabemos bien que Dios es omnipotente, pues el Evangelio nos dice claramente que “nada es imposible para Dios” (Lc 1,37). Nuestra fe nos asegura que Él siempre utiliza su omnipotencia para bien; es decir, que nunca abusa de ella, como hizo Lucifer con los dones que el Señor le había concedido.

La omnipotencia que Dios ofrece a los suyos no es, por tanto, un poder mágico al que uno pueda recurrir con determinadas fórmulas y realizando ciertos ritos. Es Lucifer quien pretende ofrecer tales poderes a las personas, engañándolas y haciéndolas dependientes de él.

El ofrecimiento de nuestro Padre, en cambio, procede del amor. De la misma manera como Dios ejerce su omnipotencia, hemos de hacerlo también nosotros. Lo vemos en la autoridad que el Señor ha conferido a su Iglesia. ¡Es siempre una autoridad del amor! Aun cuando tiene que tomar medidas contra personas que han incurrido en graves culpas, el objetivo es moverlas a la conversión y protegerlas de mayores males.

La omnipotencia divina que se nos ofrece tiene como condición que se la ejerza en el Espíritu del Señor. Fijémonos en los Apóstoles de Jesús, que en su Nombre eran capaces de curar a los enfermos, resucitar a los muertos, liberar a los poseídos y realizar milagros de todo tipo.

Lo mismo cuenta para todos nosotros. La participación en la omnipotencia de Dios está destinada al bien, a la expansión del Reino de Dios y a la defensa contra los poderes de las tinieblas.

Nuestro Padre nos invita a servirnos de esta omnipotencia y a ejercerla en la fe.