¿Podría uno imaginar una hija del Padre Celestial más encantadora que tú, amada Virgen María?
Una hija que embelesa tanto a su Padre que Él le confía lo más precioso: su amado Hijo.
No, no puede haber alguien que se te iguale.
¿Podría uno imaginar una hija del Padre Celestial más encantadora que tú, amada Virgen María?
Una hija que embelesa tanto a su Padre que Él le confía lo más precioso: su amado Hijo.
No, no puede haber alguien que se te iguale.
Mt 17,14-20
Cuando llegaron donde la gente, se acercó a Jesús un hombre que, tras arrodillarse ante él, le suplicó: “Señor, ten piedad de mi hijo, porque es lunático y sufre mucho. Muchas veces cae en el fuego y otras muchas en el agua. Se lo he presentado a tus discípulos, pero ellos no han podido curarlo.” Jesús exclamó: “¡Ay, generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo acá!”
Dt 4,32-40
Moisés habló al pueblo diciendo: “Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo cosa tan grande como ésta? ¿Se oyó algo semejante? ¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y haya sobrevivido?
2Cor 9,6-10
El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará. Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios.
Est 4, 17 k-m, r-t (Lectura correspondiente a la memoria de Santa Edith Stein)
En aquellos días, la reina Ester se refugió en el Señor, presa de mortal angustia. Despojándose de sus magníficos vestidos, se vistió de angustia y duelo. En vez de exquisitos perfumes, echó sobre su cabeza ceniza y suciedad, humilló su cuerpo hasta el extremo, encubrió con sus desordenados cabellos la gozosa belleza de su cuerpo, y suplicó al Señor, Dios de Israel, diciendo: “Señor y Dios nuestro, tú eres único.
1Cor 2,1-10
Lectura correspondiente a la memoria de Santo Domingo de Guzmán
Y yo, hermanos, cuando vine a vosotros, no vine a anunciaros el misterio de Dios con elocuencia o sabiduría sublimes, pues no me he preciado de saber otra cosa entre vosotros sino a Jesucristo, y a éste, crucificado. Y me he presentado ante vosotros débil, y con temor y mucho temblor, y mi mensaje y mi predicación no se han basado en palabras persuasivas de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y del poder, para que vuestra fe no se fundamente en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios.
A través de las meditaciones de los últimos días, hemos podido encontrarnos más de cerca con Dios Padre. A veces las experiencias negativas que hemos tenido en nuestra vida nos impiden reconocer la verdadera imagen de Dios, por ejemplo, si la relación con nuestro padre biológico ha sido más bien problemática. Sin embargo, no hay que dejarse abatir por estas experiencias, sino que entonces será aún más necesario que descubramos a Dios como nuestro amoroso Padre, que puede sanar nuestras heridas y llenar consigo mismo cualquier vacío interior.
Estamos ya a las puertas de la fecha que Tú propusiste para la Fiesta litúrgica en Tu honor: el 7 de agosto o el primer domingo del mismo mes.
Padre, siempre somos abundantemente bendecidos por Ti… En algún momento, nosotros, Tus hijos –en toda nuestra debilidad– queremos devolverte algo. ¡Sabemos que lo más hermoso que podemos darte es nuestro corazón! ¡Éste ha de pertenecerte totalmente y sin reservas!
Como nos das a entender, Amado Padre, Tú no estás lejos, sino muy cerca de nosotros, y te acercarás aún más, en la medida en que te lo permitamos y te abramos nuestro corazón.
Puesto que es así y Tú nos llamas a una infinita confianza, sabiendo que estás pendiente de todo lo que sucede a tus hijos, nos acercamos a Ti también en esta hora de la historia, para preguntarte qué es lo que actualmente está aconteciendo en la Tierra.
Hay tanta discordia y confusión. Incluso tu Iglesia está involucrada, y parecería que los poderes anticristianos obtienen cada vez más dominio. ¿Puedes darnos una luz?
Amado Padre, es cierto que sólo en la eternidad, al contemplarte de faz en faz, experimentaremos la plenitud de la felicidad, hacia la cual nos dirigimos. ¡No cabe duda!
Sin embargo, no es que Tú quieras que hasta entonces sólo experimentemos dolor, aunque a veces esto nos ayude a no disfrutar una falsa felicidad. Si fuese así, Amado Padre, no nos hubieras dicho por medio de nuestro amigo San Pablo que hemos de estar siempre alegres (Fil 4,4).