Más allá de la justicia

Mal 3,13-20a

“Vuestros discursos son arrogantes contra mí –oráculo del Señor–. Vosotros objetáis: ‘¿Cómo es que hablamos arrogantemente?’ Porque decís: ‘No vale la pena servir al Señor; ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?; ¿para qué andamos enlutados en presencia del Señor de los ejércitos? Al contrario: nos parecen dichosos los malvados; a los impíos les va bien; tientan a Dios, y quedan impunes.’

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Sobre el Padrenuestro

Lc 11,1-4

En aquel tiempo, estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.” Él les dijo: “Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación.”

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El primado de la contemplación

Lc 10,38-42

En aquel tiempo, entró Jesús en un pueblo, donde una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Al fin, se paró y dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.” Le respondió el Señor: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada.”

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Amor a Dios y amor al prójimo

Lc 10,25-37

En aquel tiempo, se presentó un doctor de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?” Él le contestó: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú?” Y éste le respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo”. Y le dijo: “Has respondido bien: haz esto y vivirás”. Pero él, queriendo justificarse, le dijo a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?” 

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Los frutos de la viña del Señor

Is 5,1-7

Voy a cantar en nombre de mi amigo el canto de mi amado a su viña. Mi amigo tenía una viña en una loma fértil. La cavó, la limpió de piedras y la plantó con cepas escogidas; edificó una torre en medio de ella y también excavó un lagar. Él esperaba que diera uvas, pero dio frutos agrios. Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio frutos agrios?

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Confiar en Dios en horas oscuras

Bar 4,5-12.27-29

¡Ánimo, pueblo mío, memoria de Israel! Habéis sido vendidos a las naciones, mas no para la destrucción. Por haber desatado la cólera de Dios, habéis sido entregados a los enemigos. Pues habéis irritado a vuestro Creador, ofreciendo sacrificios a los demonios y no a Dios. Olvidasteis al Dios eterno que os alimentó y afligisteis a Jerusalén que os crió. Cuando ella vio caer sobre vosotros el castigo de Dios, dijo: “Escuchad, vecinas de Sión, Dios me ha enviado una gran pena.

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Me lanzo a lo que está por delante

Fil 3,8-14 (Lectura correspondiente a la memoria de San Bruno)

Hermanos: Todo lo considero pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él perdí todas las cosas; incluso las tengo ahora por basura con tal de ganar a Cristo y vivir en él, no por mi justicia, la que procede de la Ley, sino por la que viene de la fe en Cristo, justicia que procede de Dios, por la fe. Y, de este modo, lograr conocerle a él y la fuerza de su resurrección, y participar así de sus padecimientos, asemejándome a él en su muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos. 

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La distancia frente al mundo

 

Lc 10,1-12

Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las poblaciones y sitios adonde él había de ir. Pero antes les dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id, pero sabed que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. Si entráis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa.’ Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros.

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San Francisco de Asís y la radicalidad del llamado

Lc 9,57-62

Mientras iban caminando, uno le dijo: “Te seguiré adondequiera que vayas.” Jesús replicó: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.” Dijo a otro: “Sígueme.” Pero él respondió: “Déjame ir primero a enterrar a mi padre.” Replicó Jesús: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vete a anunciar el Reino de Dios.” Hubo otro que le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.” Replicó Jesús: “Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.”

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Justicia y misericordia

Lc 9,51-56

Cuando iba a cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén. Y envió por delante a unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje, pero no le acogieron porque llevaba la intención de ir a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?” Pero él se volvió hacia ellos y les reprendió. Y se fueron a otra aldea.

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