Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel;
que abres y nadie puede cerrar;
cierras y nadie puede abrir:
ven y libra a los cautivos
que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Tercera antífona O: “O Radix Iesse”
Oh Raíz de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos;
ante quien los reyes enmudecen,
y cuyo auxilio imploran las naciones:
ven a librarnos, no tardes más.
Segunda antífona O: “O Adonai”
Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel,
que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente
y en el Sinaí le diste tu ley:
ven a librarnos con el poder de tu brazo. leer más
Primera antífona O: “O Sapientia”
Oh, Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo,
abarcando del uno al otro confín,
y ordenándolo todo con firmeza y suavidad:
ven y muéstranos el camino de la salvación.
Un elogio a Elías y Eliseo
Eclo 48,1-15
Entonces surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha. Él atrajo sobre ellos el hambre y con su celo los diezmó. Por la palabra del Señor cerró los cielos, e hizo también caer fuego tres veces. ¡Qué glorioso fuiste, Elías, con tus portentos!, ¿quién puede vanagloriarse de ser como tú? Tú que despertaste a un cadáver de la muerte y del abismo, por la palabra del Altísimo; que hiciste caer a reyes en la ruina, y a hombres insignes fuera de su lecho; oíste en el Sinaí la reprensión, y en el Horeb los decretos de castigo; ungiste reyes para tomar venganza, y profetas para ser tus sucesores; en torbellino de fuego fuiste arrebatado, en carro de caballos ígneos; fuiste designado en los reproches futuros, para calmar la ira antes que estallara, para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y restablecer las tribus de Jacob.
Un corazón ardiente
Is 48,17-19
Esto dice el Señor, tu Redentor, el Santo de Israel: “Yo soy el Señor, tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso, te marco el camino que has de seguir. ¡Si hubieras seguido mis mandatos, tu plenitud habría sido como un río, tu prosperidad como las olas del mar! ¡Tu descendencia sería como la arena, el fruto de tu vientre como sus granos! ¡Nunca será arrancado ni borrado de mi presencia su nombre!”
Los violentos conquistan el Reino de los Cielos
Mt 11,7b.11-15
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar de Juan a la gente: “En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos padece violencia, y los violentos lo conquistan. Porque todos los Profetas y la Ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis comprenderlo, él es Elías, el que va a venir. El que tenga oídos, que oiga.”
Santa Lucía: portadora de luz
En medio del Adviento, resplandece una brillante luz: es una virgen prudente cuyo solo nombre –y aún más su testimonio– proclama al Señor. Es Santa Lucía, la “portadora de luz”. Ella fue una de esas maravillosas vírgenes que dieron su vida por Cristo sin vacilar. Al igual que Santa Águeda, Santa Inés, Santa Catalina de Alejandría y tantas otras, Lucía se había desposado con un solo hombre: Cristo. Esta santa también tiene el honor de ser mencionada día a día en el canon de la Santa Misa.
Lucía nació y creció en el seno de una familia noble y adinerada en Siracusa. Su padre murió cuando ella tenía apenas 5 años. Su madre quiso casarla con un joven pagano. Sin embargo, el amor de Lucía hacia Jesús era ya tan grande que quería pertenecerle sólo a Él. Por ello, retrasaba cada vez más el desposorio. Cuando su madre cayó gravemente enferma, peregrinó junto con Lucía a la tumba de Santa Águeda. Y, efectivamente, allí quedó curada de su enfermedad. Estando ante el sepulcro de la santa, Lucía tuvo un sueño en el cual escuchó la voz de Águeda, que le decía las siguientes palabras:
SANTA ÁGUEDA: ¡Hermana mía, virgen piadosa! ¿Por qué me pedís algo que vos misma podéis conseguir? Vuestra fe ha ayudado ya a vuestra madre; ella ha sido curada. Pero habéis de saber que, así como la ciudad de Catania fue glorificada por Cristo a través de mí, la ciudad de Siracusa será honrada por medio de vos, pues, por medio de vuestro voto de virginidad, habéis preparado una morada nupcial en vuestro corazón para el Señor Jesús.
Rebosante de alegría por la curación de su madre, Lucía vio que había llegado el momento oportuno para contarle el secreto de su promesa a Jesús.
LUCÍA: “Querida madre, os ruego que ya no me sigáis hablando de un esposo terrenal ni esperéis de mi vientre un fruto mortal, pues Cristo es mi prometido. Lo que queríais darme como dote para un esposo terrenal, dádmelo para desposarme con mi Señor Jesús.”
EUTIQUIA: “Todo lo que tu difunto padre te dejó como herencia, yo lo he custodiado e incluso aumentado. Ya sabes lo que poseo. Espera hasta mi muerte y luego dispón de tu herencia como bien te parezca.”
LUCÍA: “Oh madre, no habléis así. No es grato a Dios quien da después de su muerte aquello que igual ya no podrá llevarse ni disfrutar. Por eso, dad a Dios lo que es vuestro mientras viváis; dadle aquello que habéis prometido darme.”
Su madre le cumplió el deseo y Lucía entregó toda su dote a los pobres. Cuando el joven a quien ella había sido prometida se enteró de que había perdido tanto a Lucía como a su considerable fortuna, la denunció ante el prefecto Pascasio por ser cristiana y por despreciar a los dioses. Entonces el prefecto le exigió ofrecer sacrificio a los dioses.
LUCÍA: “El sacrificio puro e intachable ante Dios Padre es éste: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y guardarse incontaminado de este mundo” (St 1,27). Desde hace tres años no hecho otra cosa que ofrecer sacrificio al Dios vivo. Puesto que ahora no me queda nada más que ofrecerle, me entrego a mí misma como sacrificio a Dios. ¡Que Él haga con éste Su sacrificio lo que le sea grato!”
PREFECTO PASCASIO: “¡Obedece a los emperadores y sacrifica a los dioses!”
LUCÍA: “Vos os fijáis en el mandato de los emperadores; yo, en cambio, en la Ley de Dios. Vos teméis al Emperador; yo temo a Dios. Vos no queréis irritar al Emperador; yo no quiero encolerizar a mi Dios. Vos queréis agradar al Emperador; yo quiero agradar a mi Dios. Haced, por tanto, lo que os parezca bien; yo, por mi parte, haré lo que sirva a mi salvación.”
El interrogatorio se prolongó durante un buen tiempo, hasta que Lucía habló del Espíritu Santo y le dijo al prefecto:
LUCÍA: “Quien vive casta y puramente, es un Templo del Espíritu Santo”.
Entonces Pascasio la amenazó con llevarla a un burdel, para que el Espíritu Santo se apartase de ella. Pero Lucía respondió:
LUCÍA: “El cuerpo no se vuelve impuro mientras no se consienta con la voluntad. Por eso, aunque pretendas quitarme a fuerza la pureza, no podrás coaccionar mi voluntad a consentir. Así, me será otorgada una doble recompensa por mi pureza virginal.”
El prefecto Pascasio se enfureció, pero sus esbirros no pudieron mover a Lucía de su lugar. Según relata la “Leyenda Dorada”, en su ciega furia el prefecto mandó traer mil hombres y bueyes para trasladarla a un burdel. Pero nadie fue capaz de mover a la doncella; tampoco los hechiceros que habían sido llamados para este propósito.
Se cuentan también otros milagros que sucedieron sobre cómo Lucía superó las torturas y fortaleció a los cristianos, hasta que finalmente le clavaron una espada en el cuello. Pero incluso entonces no murió de inmediato, sino que permaneció con vida hasta que un sacerdote le trajo la santa comunión, el Cuerpo del Señor.
En nuestros tiempos, también necesitamos la valentía de permanecer fieles a la santa fe y de no negar a Cristo bajo ninguna circunstancia. Los mártires no hacían ningún tipo de compromisos, ni retiradas, ni relativizaciones… Su ejemplo los mantiene para siempre en alto, como aquellos que, con la gracia de Dios, combatieron el noble combate y salieron victoriosos (cf. 2Tim 4,7). Es imposible pasar de largo ante el ejemplo que nos dejaron, pues en ellos resplandece el Señor mismo.
Pero no son sólo un modelo a seguir; sino que son también nuestros hermanos en el cielo, que están siempre dispuestos a levantarnos a los débiles. Ciertamente el martirio cruento no está previsto para cada persona, pero todo aquel que siga sinceramente al Señor está llamado a permanecerle fiel hasta la muerte (Ap 2,10), cada cual en el sitio donde Dios lo haya colocado.
Santa Lucía se entregó al Señor siendo aún muy joven, repartió sus riquezas a los pobres y mostró su amor a Jesús hasta la muerte.
Ruega por nosotros, Santa Lucía, para que también en nuestra vida resplandezca la luz del Señor y para que nunca lo neguemos.
Nuestra Señora de Guadalupe
Lc 1,39-48 (Lectura correspondiente a la memoria de Nuestra Señora de Guadalupe)
En aquellos días, se puso en camino María y se dirigió con prontitud a la región montañosa, a una población de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno; Isabel quedó llena del Espíritu Santo y exclamó a gritos: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; ¿cómo así viene a visitarme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”
La vía sacra
Is 35,1-10
Que se alegren desierto y sequedal, que se regocije y florezca la estepa; que estalle en flores y se regocije, que lance gritos de júbilo. Le va a ser dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Podrá verse la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón inquieto: “¡Sed fuertes, no temáis! Mirad que llega vuestro Dios vengador, Dios que os trae la recompensa; él vendrá y os salvará.
