La fortaleza –que es considerada como una de las cuatro virtudes cardinales– hace parte del equipamiento básico de un soldado. Si éste no se vuelve valiente, no se podrá contar con él en las batallas más duras, pues el miedo se apoderaría de él, de tal manera que la situación se pondría peligrosa para todos sus compañeros.
La virtud de la fortaleza (Parte I)
Las lecturas de los últimos días nos presentaron impresionantes ejemplos de fe, fidelidad y fortaleza. Por ello, he decidido dedicar la meditación de hoy y de los próximos días a la virtud cardinal de la fortaleza. En estos tiempos de confusión, resulta particularmente importante aspirar y practicar esta virtud, para poder resistir a las diversas tentaciones que se nos ofrecen. Tomemos como modelo a aquellas personas que conocimos en las lecturas de los últimos días, que nos mostraron que la obediencia y la fidelidad a Dios están por encima de todos los valores terrenales y que, con la ayuda de Dios, incluso es posible vencer el miedo.
Obedecer a Dios antes que a los hombres
1Mac 2,15-29
Los enviados del rey, encargados de imponer la apostasía, llegaron a la ciudad de Modín para los sacrificios. Muchos israelitas acudieron donde ellos. También Matatías y sus hijos fueron convocados. Tomando entonces la palabra los enviados del rey, se dirigieron a Matatías y le dijeron: “Tú eres jefe ilustre y poderoso en esta ciudad, y estás bien apoyado de hijos y hermanos. Acércate, pues, el primero y cumple la orden del rey, como la han cumplido todas las naciones, los notables de Judá y los que han quedado en Jerusalén. Entonces tú y tus hijos seréis contados entre los amigos del rey, y os veréis honrados, tú y tus hijos, con plata, oro y numerosas dádivas.”
Extraordinaria valentía
2Mac 7,1.20-31
En aquellos días, siete hermanos fueron apresados junto con su madre. El rey, para forzarlos a probar carne de puerco (prohibida por la Ley), los flageló con azotes y nervios de buey. Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue también aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decía: “Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora, por amor a sus leyes, no miráis por vosotros mismos.” leer más
Fidelidad hasta la muerte
2Mac 6,18-31
En aquellos días, a Eleazar, uno de los principales escribas, hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida. Los que estaban encargados del banquete sacrificial contrario a la Ley, como ya conocían de antiguo a este hombre, lo ponían aparte y le invitaban a traer carne preparada por él mismo, que le fuera lícita, y a simular como si comiese la mandada por el rey, tomada del sacrificio. Lo hacían para que, obrando así, se librara de la muerte, y por su antigua amistad hacia ellos alcanzara benevolencia.
¡Guardar fidelidad!
1Mac 1,10-15.41-43.54-57.62-64
En aquellos días, surgió un renuevo pecador de los descendientes de Alejandro Magno, Antíoco Epífanes, hijo del Rey Antíoco, que había estado como Rehén en Roma. Subió al trono el año ciento treinta y siete del imperio de los griegos. En aquellos días aparecieron en Israel algunos rebeldes que sedujeron a muchos diciendo: “Vamos, concertemos alianza con los pueblos que nos rodean, porque desde que nos hemos separado de ellos nos han sobrevenido muchos males.” Esta observación les pareció bien, así que algunos se apresuraron a acudir donde el rey y obtuvieron de él autorización para seguir las costumbres de los paganos.
El Día Del Señor
1Tes 5,1-6
En lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no tenéis necesidad de que os escriba. Vosotros mismos sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche. Cuando la gente diga “Todo es paz y seguridad”, entonces, repentinamente, vendrá sobre ellos la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta. Y no escaparán. Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese día no os sorprenda como ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios.
Orar sin desfallecer
Lc 18,1-8
Jesús les propuso una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer: “Había en un pueblo un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquel mismo pueblo una viuda que acudió a él y le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’ Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que deje de importunarme de una vez’.”
La seriedad de la fe
Lc 17,26-37
Jesús dijo a sus discípulos: “Como sucedió en los días de Noé, así ocurrirá también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían y tomaban mujer o marido, hasta que entró Noé en el arca. Entonces vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo, que destruyó a todos. Así sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste. Aquel Día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, que no baje a recogerlos; y, de igual modo, el que esté en el campo, que no se vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot.
El Rey de los corazones
Lc 17,20-25
Los fariseos le preguntaron a Jesús cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: “La venida del Reino de Dios no se producirá aparatosamente, ni se dirá: ‘Vedlo aquí o allá’, porque, sabedlo bien, el Reino de Dios ya está entre vosotros.” Dijo a sus discípulos: “Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Habrá quien os diga: ‘Vedlo aquí, vedlo allá.’ Pero no vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día. Pero antes tendrá que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.”
