¿Cómo obtener un corazón puro? (Parte II)

Continuamos hoy con el tema que estuvimos tratando ayer: la purificación del corazón.

Al estar dispuestos a percibir nuestras sombras ante un Dios amoroso, surge un doble realismo: por un lado, uno reconoce el “lado oscuro” dentro de sí mismo; y, al mismo tiempo, uno se encuentra con la misericordia de Dios. Empezamos a entender que Dios no nos rechaza ni castiga a causa de la impureza que procede de nuestro corazón; sino que, en su amor, Él se ha propuesto traer luz a las tinieblas.

Entonces, no se trata, de ningún modo, de “integrar nuestra sombra” –como lo propone, por ejemplo, la así llamada “psicología profunda”–, considerando nuestro “lado oscuro” como parte de nuestra personalidad. En esto no puede consistir el proceso de transformación del corazón. Una visión correcta de la “integración de la sombra” sería admitir el hecho de que en nuestro corazón existen abismos y que éstos no pueden ser reprimidos. Sin embargo, la sombra no pertenece esencialmente al hombre; sino que es la deformación de su verdadero ser; la herencia del “viejo Adán”, que, alejándose de Dios, cayó bajo el dominio del pecado (cf. Rom 5,12). Esta sombra desfigura la imagen de Dios en nosotros; pero Él, en su bondad, quiere restaurarla. Para este proceso, es esencial la purificación del corazón.

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¿Cómo obtener un corazón puro? (Parte I)

NOTA: Por motivos de enfermedad, interrumpiremos durante los próximos días las meditaciones sobre el Evangelio de San Juan y escucharemos una serie de tres días sobre la purificación del corazón. Puede establecerse un nexo interior, pues a lo largo del Evangelio de San Juan nos habíamos encontrado una y otra vez con los corazones cerrados de los judíos hostiles, y siempre conviene examinar nuestro propio corazón y presentárselo a Dios para que Él lo purifique.

“Lo que realmente contamina al hombre es lo que sale de él. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre”  (Mc 7,20-23). leer más

Evangelio de San Juan (Jn 14,15-23): “No os dejaré huérfanos”

 

“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de la verdad, al que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, yo volveré a vosotros. Todavía un poco más y el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis porque yo vivo y también vosotros viviréis. Ese día conoceréis que yo estoy en el Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él”. Judas, no el Iscariote, le dijo: “Señor, ¿y qué ha pasado para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?” Jesús le respondió: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

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 Evangelio de San Juan (Jn 14,1-14): “Jesús es el camino al Padre”

“No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. De lo contrario, ¿os hubiera dicho que voy a prepararos un lugar? Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dijo: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino?” “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida -le respondió Jesús-; nadie va al Padre si no es a través de mí”. Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto. Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. “Felipe -le contestó Jesús-, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo no las hablo por mí mismo.

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Evangelio de San Juan (Jn 13,31-38): “Verdadera fraternidad”

Cuando salió Judas, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios le glorificará a él en sí mismo; y pronto le glorificará. Hijos, todavía estoy un poco con vosotros. Me buscaréis y como les dije a los judíos: ‘Adonde yo voy, vosotros no podéis venir’, lo mismo os digo ahora a vosotros. Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros”. Le dijo Simón Pedro: “Señor, ¿adónde vas?” Jesús respondió: “Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, me seguirás más tarde”. Pedro le dijo: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Respondió Jesús: “¿Tú darás la vida por mí? En verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo sin que me hayas negado tres veces”.

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Evangelio de San Juan (Jn 13,12-30): “El nombre del Traidor”

Después de lavarles los pies se puso la túnica, se recostó a la mesa de nuevo y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros. En verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su señor, ni el enviado más que quien le envió. Si comprendéis esto y lo hacéis, seréis bienaventurados. No lo digo por todos vosotros: yo sé a quienes elegí; sino para que se cumpla la Escritura: ‘El que come mi pan levantó contra mí su talón’. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis que yo soy. En verdad, en verdad os digo: quien recibe al que yo envíe, a mí me recibe; y quien a mí me recibe, recibe al que me ha enviado”. Cuando dijo esto Jesús se conmovió en su espíritu, y declaró: “En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar”. 

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Evangelio de San Juan (Jn 13,1-11): “El servicio de Jesús”

 

La víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Y mientras celebraban la cena, cuando el diablo ya había sugerido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, que lo entregara, como Jesús sabía que todo lo había puesto el Padre en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la cena, se quitó la túnica, tomó una toalla y se la puso a la cintura. Después echó agua en una jofaina, y empezó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había puesto a la cintura. Llegó a Simón Pedro y éste le dijo: “Señor, ¿tú me vas a lavar a mí los pies?” “Lo que yo hago no lo entiendes ahora -respondió Jesús-. Lo comprenderás después”. Le dijo Pedro: “No me lavarás los pies jamás”. “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” -le respondió Jesús. Simón Pedro le replicó: “Entonces, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. 

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Evangelio de San Juan (Jn 12,44-50): “La palabra de Jesús juzga”

Jesús clamó y dijo: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado, ésa le juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre que me envió, Él me ha ordenado lo que tengo que decir y hablar. Y sé que su mandato es vida eterna; por tanto, lo que yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo”.

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Evangelio de San Juan (Jn 12,34-43): “Creed en la luz”  

La multitud le replicó: “Nosotros hemos oído en la Ley que el Cristo permanece para siempre; entonces, ¿cómo dices tú: ‘Es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre’? ¿Quién es este ‘Hijo del Hombre’?” Jesús les dijo: “Todavía estará un poco de tiempo la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que las tinieblas no os sorprendan; porque el que camina en tinieblas no sabe adónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz para que seáis hijos de la luz”. Jesús les dijo estas cosas, y se marchó y se ocultó de ellos. Aunque había hecho Jesús tantos signos delante de ellos, no creían en él, de modo que se cumplieran las palabras que dijo el profeta Isaías: ‘Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?, y el brazo del Señor, ¿a quién ha sido revelado?’ Por eso no podían creer, porque también dijo Isaías: ‘Les ha cegado los ojos y les ha endurecido el corazón de modo que no vean con los ojos ni entiendan con el corazón ni se conviertan, y yo los sane’. Isaías dijo esto cuando vio su gloria y habló sobre él. Sin embargo, creyeron en él incluso muchos de los judíos principales, pero no le confesaban a causa de los fariseos, para no ser expulsados de la sinagoga, porque amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.

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Evangelio de San Juan (Jn 12,25-33):  “Ha llegado la hora”  

“El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. Si alguien me sirve, que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor. Si alguien me sirve, el Padre le honrará. Ahora mi alma está turbada; y ¿qué voy a decir?: ‘¿Padre, líbrame de esta hora?’ ¡Pero si para esto he venido a esta hora! ¡Padre, glorifica tu nombre!” Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré”. La multitud que estaba presente y la oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel”. Jesús respondió: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir.

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