Novena de Pentecostés – Día 2: “Ven, Padre amoroso del pobre”

“Ven, padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas.”

En el término ‘pobres’ estamos incluidos todos nosotros, especialmente aquellos que están conscientes de su propia pobreza.

En nuestra vida espiritual, aprendemos que siempre estamos necesitados. Es precisamente el Espíritu Santo quien nos enseña cuán grande es el amor de Dios y cuán lejos aún estamos de él.

Sin embargo, esta constatación no se convierte en motivo para sumirnos en tristeza o incluso caer en desesperación. Antes bien, es razón para apoyarnos aún más en el amor de Dios, confiando en que Él se apiadará de nuestra pobreza. Entonces será Dios quien nos haga ricos, pues Él mismo es nuestra riqueza.

Por eso invocamos al Espíritu Santo sobre todos los hombres y también sobre nuestra propia pobreza, para que Él nos haga ricos; ricos de todo lo que viene de Él. De esta manera, nuestra pobreza se convierte en riqueza.

No podemos llegar a la santidad sin la ayuda del Espíritu Santo. En el bautismo, cada alma recibe la gracia santificante, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.

Las virtudes infusas son los hábitos sobrenaturales que nos hacen capaces de realizar obras meritorias y de actuar virtuosamente desde un punto de vista sobrenatural. Los dones del Espíritu Santo, en cambio, nos hacen capaces de percibir y acoger las mociones del Espíritu, siguiendo así constantemente sus impulsos.

La encíclica “Divinum Illud Munus” nos enseña lo siguiente:

“Y el hombre justo, que ya vive la vida de la divina gracia y opera por congruentes virtudes, como el alma por sus potencias, tiene necesidad de aquellos siete dones que se llaman propios del Espíritu Santo. Gracias a éstos el alma se dispone y se fortalece para seguir más fácil y prontamente las divinas inspiraciones.”

Estas divinas inspiraciones son las mociones e impulsos del Espíritu Santo. Sus dones, que se despliegan en nosotros a lo largo de toda nuestra vida, nos ayudan a escuchar y seguir dichas mociones. Si queremos que los dones del Espíritu Santo crezcan en nosotros, debemos ejercitarnos en el amor, y con cada avance en el amor a Dios, habrá un aumento en los dones.

Para entender mejor cómo actúan los dones del Espíritu Santo en nuestra alma, podemos recurrir al ejemplo de las velas de un barco. El amor libera las velas para el suave soplo del Espíritu Santo. Cuanto más grandes y amplias sean las velas, tanto más fácilmente podremos dejarnos llevar por el soplo del Espíritu divino.

El Espíritu Santo es el amor derramado en nuestros corazones (Rom 5,5); así como también es la luz y la alegría del corazón. Él derrama allí su claridad y purifica nuestro corazón de todo apego desordenado a nosotros mismos y a las cosas de este mundo.

El Espíritu Santo calienta nuestro corazón y, siendo Él el Paráclito, nos trae consuelo.

Del mismo modo que un Padre se complace en agasajar a sus hijos, Dios nos hace sentir su cercanía a través del beso de amor. Este calor nos atrae hacia Dios y nos llena de gratitud por todas las buenas dádivas que Él nos da. Cada corazón puede ser iluminado por Él, siempre y cuando no se cierre, y en su luz podemos ver la luz (Sal 36,10).

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Novena de Pentecostés – Día 1: “Ven, Espíritu Divino”

Hoy, después de la Fiesta de la Ascensión, inicia la novena en preparación para el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés. En las reflexiones de los días venideros, quisiera salir del marco acostumbrado de las meditaciones diarias, para contemplar algunos aspectos y modos de actuar del Espíritu Santo. El objetivo es que lo conozcamos mejor y así estemos preparados para la Solemnidad de Pentecostés. Tomaré como estrella guía de estas meditaciones la Secuencia de Pentecostés, que es sin duda una de las oraciones más bellas de la Iglesia:

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Seréis mis testigos

Hch 1,1-11

Escribí el primer libro, querido Teófilo, sobre todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por el Espíritu Santo a los apóstoles que él había elegido, fue elevado al cielo. También después de su Pasión, él se presentó vivo ante ellos con muchas pruebas: se les apareció durante cuarenta días y les habló de lo referente al Reino de Dios. Mientras estaba a la mesa con ellos les mandó no ausentarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre: “La que oísteis de mis labios: que Juan bautizó con agua; vosotros, en cambio, seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días.”

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Oración al Espíritu Santo

Jn 16,12-15

Jesús dijo a sus discípulos: “Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso dije: ‘Recibe de lo mío y os lo anunciará’.”

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NO PERDER LA CONFIANZA

 

“Nunca pierdas la confianza en las horas de debilidad. También de ellas me valgo” (Palabra interior).

¿Quién no conoce las horas de debilidad en el seguimiento del Señor? Son esas horas o incluso períodos de nuestra vida en los que nos quedamos cortos frente a lo que nos habíamos propuesto, en los que las cosas no nos salen bien y nos sentimos abandonados a merced de nosotros mismos. Son aquellas horas en las que sucumbimos a nuestra debilidad, cuando en realidad quisiéramos erradicarla.

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Pecado, justicia y juicio

Jn 16,5-11

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Pero ahora me voy donde aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: ‘¿Adónde vas?’ Es que, por haberos dicho esto, estáis embargados de tristeza. Pero yo os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré; y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio. En lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy al Padre, y ya no me veréis; y en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo ya está juzgado.”

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La eficacia del Espíritu Santo

Jn 15,26-27.16,1-4a

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. También vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os he dicho todo esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas; más aún: llega la hora en la que todo el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto os lo harán porque no han conocido a mi Padre, ni a mí. Pero os he dicho estas cosas para que cuando llegue la hora os acordéis de que ya os las había anunciado.”

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AHUYENTA AL GRUÑÓN

“Ahuyenta al gruñón. No actúa por encargo mío. Por tanto, no le prestes atención” (Palabra interior).

El “gruñón” hace alusión a aquellos espíritus que intentan perturbarnos en nuestro camino de seguimiento de Cristo. Influyen en nuestros sentimientos y pensamientos, queriendo apoderarse de ellos e importunándonos de diversas maneras.

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El amor es de Dios

 

1Jn 4,7-10

Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios; en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación, para el perdón de nuestros pecados.

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El verdadero guía de la misión

Hch 16,1-10

En aquellos días, Pablo llegó a Derbe y Listra, donde había un discípulo que se llamaba Timoteo, hijo de mujer judía creyente y de padre griego, que contaba con el testimonio de los hermanos de Listra e Iconio. Pablo quiso que marchara con él. Se lo trajo y le circuncidó a causa de los judíos de aquellos lugares, porque todos sabían que su padre era griego. Conforme atravesaban las ciudades, les entregaban, para que las observasen, las decisiones dictadas por los apóstoles y los presbíteros de Jerusalén. Las iglesias se robustecían en la fe y aumentaban en número día a día.

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