Novena de Pentecostés – Día 8: “El custodio de nuestras almas”

Una vez que le hayamos abierto las puertas al Espíritu Santo para que desplieguen en nosotros sus dones, llegaremos a conocerlo como el “Custodio de nuestras almas”. También podríamos llamarlo el “Guardián del tesoro”, porque, en efecto, nuestra alma es el gran tesoro que nuestro Padre nos ha confiado, que el Cordero de Dios ha comprado con su sangre para liberarlo del cautiverio (1Pe 1,18-19) y que el Espíritu Santo quiere iluminar y hacer florecer con gran poder.

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Novena de Pentecostés – Día 7: “Amistad con el Espíritu Santo”

Para las tres Personas de la Santísima Trinidad, es una alegría estar con nosotros, más aun, morar en nosotros e iluminarnos con su luz divina. Esto cuenta también para el Espíritu Santo, que nos concede sus siete dones para guiarnos por el camino de la santidad.

Si seguimos su guía, los frutos del Espíritu Santo crecerán en nuestra vida y nuestro Padre se complacerá sobremanera en ellos. Sólo tenemos que imaginarnos cuán maravilloso es para nosotros mismos encontrarnos con alguien en quien han madurado los frutos del Espíritu Santo. “Los frutos del Espíritu son: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia” (Gal 5,22-23).

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Novena de Pentecostés – Día 6: “El Espíritu Santo y María”

 

Si la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles en Pentecostés marca la hora del nacimiento de la Iglesia, entonces su descenso sobre María en Nazaret marca el inicio de la obra de la salvación (cf. Lc 1,35).

La Iglesia nos enseña que María fue preservada del pecado original en vista del Salvador que nacería de ella. Este es el dogma de la Inmaculada Concepción: que, por una gracia especial de Dios, la Virgen María mantuvo el estado de inocencia del Paraíso.

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Novena de Pentecostés – Día 5: “El pueblo de Dios”

“Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;
por tu bondad y gracia, dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.”

Los siervos de Dios, el pueblo de Dios… ¿Quién forma parte de él? Desde el punto de vista de la vocación, todos los hombres pertenecen al pueblo de Dios, pues Él quiere que todos se salven (1Tim 2,4). Por eso envió a su propio Hijo al mundo, para que conduzca a los hombres de regreso a casa, convirtiéndolos en hijos suyos.

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Novena de Pentecostés – Día 3: “Fuente del mayor consuelo”

“Fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.”

El Espíritu Santo es el consolador que el Señor nos ha otorgado. El Apóstol San Pablo nos dice: “Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que se sienten atribulados, ofreciéndoles el consuelo que nosotros mismos recibimos de Dios” (2Cor 1,4).

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Novena de Pentecostés – Día 2: “Ven, Padre amoroso del pobre”

“Ven, padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas.”

En el término ‘pobres’ estamos incluidos todos nosotros, especialmente aquellos que están conscientes de su propia pobreza.

En nuestra vida espiritual, aprendemos que siempre estamos necesitados. Es precisamente el Espíritu Santo quien nos enseña cuán grande es el amor de Dios y cuán lejos aún estamos de él.

Sin embargo, esta constatación no se convierte en motivo para sumirnos en tristeza o incluso caer en desesperación. Antes bien, es razón para apoyarnos aún más en el amor de Dios, confiando en que Él se apiadará de nuestra pobreza. Entonces será Dios quien nos haga ricos, pues Él mismo es nuestra riqueza.

Por eso invocamos al Espíritu Santo sobre todos los hombres y también sobre nuestra propia pobreza, para que Él nos haga ricos; ricos de todo lo que viene de Él. De esta manera, nuestra pobreza se convierte en riqueza.

No podemos llegar a la santidad sin la ayuda del Espíritu Santo. En el bautismo, cada alma recibe la gracia santificante, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.

Las virtudes infusas son los hábitos sobrenaturales que nos hacen capaces de realizar obras meritorias y de actuar virtuosamente desde un punto de vista sobrenatural. Los dones del Espíritu Santo, en cambio, nos hacen capaces de percibir y acoger las mociones del Espíritu, siguiendo así constantemente sus impulsos.

La encíclica “Divinum Illud Munus” nos enseña lo siguiente:

“Y el hombre justo, que ya vive la vida de la divina gracia y opera por congruentes virtudes, como el alma por sus potencias, tiene necesidad de aquellos siete dones que se llaman propios del Espíritu Santo. Gracias a éstos el alma se dispone y se fortalece para seguir más fácil y prontamente las divinas inspiraciones.”

Estas divinas inspiraciones son las mociones e impulsos del Espíritu Santo. Sus dones, que se despliegan en nosotros a lo largo de toda nuestra vida, nos ayudan a escuchar y seguir dichas mociones. Si queremos que los dones del Espíritu Santo crezcan en nosotros, debemos ejercitarnos en el amor, y con cada avance en el amor a Dios, habrá un aumento en los dones.

Para entender mejor cómo actúan los dones del Espíritu Santo en nuestra alma, podemos recurrir al ejemplo de las velas de un barco. El amor libera las velas para el suave soplo del Espíritu Santo. Cuanto más grandes y amplias sean las velas, tanto más fácilmente podremos dejarnos llevar por el soplo del Espíritu divino.

El Espíritu Santo es el amor derramado en nuestros corazones (Rom 5,5); así como también es la luz y la alegría del corazón. Él derrama allí su claridad y purifica nuestro corazón de todo apego desordenado a nosotros mismos y a las cosas de este mundo.

El Espíritu Santo calienta nuestro corazón y, siendo Él el Paráclito, nos trae consuelo.

Del mismo modo que un Padre se complace en agasajar a sus hijos, Dios nos hace sentir su cercanía a través del beso de amor. Este calor nos atrae hacia Dios y nos llena de gratitud por todas las buenas dádivas que Él nos da. Cada corazón puede ser iluminado por Él, siempre y cuando no se cierre, y en su luz podemos ver la luz (Sal 36,10).

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Novena de Pentecostés – Día 1: “Ven, Espíritu Divino”

Hoy, después de la Fiesta de la Ascensión, inicia la novena en preparación para el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés. En las reflexiones de los días venideros, quisiera salir del marco acostumbrado de las meditaciones diarias, para contemplar algunos aspectos y modos de actuar del Espíritu Santo. El objetivo es que lo conozcamos mejor y así estemos preparados para la Solemnidad de Pentecostés. Tomaré como estrella guía de estas meditaciones la Secuencia de Pentecostés, que es sin duda una de las oraciones más bellas de la Iglesia:

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Seréis mis testigos

Hch 1,1-11

Escribí el primer libro, querido Teófilo, sobre todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por el Espíritu Santo a los apóstoles que él había elegido, fue elevado al cielo. También después de su Pasión, él se presentó vivo ante ellos con muchas pruebas: se les apareció durante cuarenta días y les habló de lo referente al Reino de Dios. Mientras estaba a la mesa con ellos les mandó no ausentarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre: “La que oísteis de mis labios: que Juan bautizó con agua; vosotros, en cambio, seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días.”

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Oración al Espíritu Santo

Jn 16,12-15

Jesús dijo a sus discípulos: “Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso dije: ‘Recibe de lo mío y os lo anunciará’.”

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