En los próximos días, vamos a interrumpir nuestras habituales meditaciones bíblicas, para dar espacio a ciertos temas de la vida espiritual. Hoy empezaremos a reflexionar acerca de cómo el Espíritu del Señor puede impregnar cada vez mejor nuestra vida cotidiana, de manera que no estemos unidos a Dios solamente en nuestra vida de oración, y, en cuanto lleguen nuestras obligaciones y quehaceres, nos separen de Él. leer más
La guía del Espíritu Santo
Hch 11,1-18
Los apóstoles y los hermanos residentes en Judea oyeron que también los gentiles habían aceptado la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los (partidarios) de la circuncisión se lo reprochaban, diciéndole: “Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos.”
Identificar la voz del Señor
Jn 10,27-30
“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.”
Signos y milagros al servicio de la evangelización
Hch 9,31-42
Por aquel entonces, las iglesias gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaría, pues crecían y progresaban en el temor del Señor, y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo. Pedro, que andaba recorriendo todos los lugares, bajó también a visitar a los santos que habitaban en Lida.
El gran milagro de la conversión
Hch 9,1-20
Saulo no desistía de su rabia, proyectando violencias y muerte contra los discípulos del Señor. Se presentó al sumo sacerdote y le pidió poderes escritos para las sinagogas de Damasco, pues quería detener a cuantos seguidores del Camino encontrara, hombres y mujeres, y llevarlos presos a Jerusalén. Mientras iba de camino, ya cerca de Damasco, le envolvió de repente una luz que venía del cielo. Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Preguntó él: “¿Quién eres tú, Señor?” Y él respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora levántate y entra en la ciudad. Allí se te dirá lo que tienes que hacer.”
El Padre atrae a los hombres
Jn 6,44-51
Jesús dijo a la gente: “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envía no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; el único que ha visto al Padre es el que ha venido de Dios.
Todo ha de servir al Reino de Dios
Hch 8,1b-8
Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén. Todos se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría, a excepción de los apóstoles. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia: entraba por las casas, se llevaba por la fuerza a hombres y mujeres, y los metía en la cárcel. Los que se habían dispersado fueron por todas partes anunciando la Buena Nueva de la palabra.
El hambre espiritual
Jn 6,30-35
La gente dijo a Jesús: “¿Qué signo haces para que, al verlo, creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: ‘Pan del cielo les dio a comer’.” Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.”
El triunfo de la luz
Hch 6,8-15
Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba grandes prodigios y signos entre el pueblo. Se presentaron algunos de la sinagoga llamada de los Libertos, cirenenses y alejandrinos, y otros de Cilicia y Asia, y se pusieron a discutir con Esteban; pero no eran capaces de enfrentarse a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba.
La adoración del Cordero
Ap 5,11-14
La visión seguía, y oí la voz de una multitud de ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Eran miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con voz potente: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.” Y oí que todas las criaturas -del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos- respondían: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos.” Los cuatro Vivientes decían: “Amén”; y los Ancianos se postraron para adorar.