Hoy se celebra la memoria del beato Enrique Suso, quizá poco conocido en la Iglesia Universal. Puesto que este santo dominico era alemán y vivía cerca de donde está actualmente la Casa Madre de nuestra Comunidad Agnus Dei, quisiera dedicarle la meditación de este día. Vale la pena, porque su enseñanza y sus proverbios dan fe de su alma enamorada de Dios, y tienen siempre algo que decir a las personas que están en el camino con el Señor, aunque no sean consagradas.
El Día del Señor
Mc 2,23-28
Un sábado en que Jesús cruzaba por los sembrados, sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: “Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?” Él les respondió: “¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, cuando él y los que lo acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y cómo les dio también a los que estaban con él?” Y añadió: “El sábado ha sido instituido para el hombre, y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado.”
Aprender a obedecer en el sufrimiento
Hb 5,1-10
Todo sumo sacerdote está tomado de entre los hombres y constituido en favor de la gente en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque también él se halla envuelto en flaqueza; y, a causa de la misma, debe ofrecer por sus propios pecados lo mismo que por los del pueblo. Y nadie puede arrogarse tal dignidad, a no ser que sea llamado por Dios, como Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se atribuyó a sí mismo el honor de ser sumo sacerdote, sino que lo recibió de quien le dijo: “Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy.” También dice en otro lugar: “Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.”
El actuar del Espíritu
1Cor 12,4-11
Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. A uno se le pueden conceder, por medio del Espíritu, palabras de sabiduría; a otro, palabras de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, la fe, en el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de hacer milagros; a otro, don de profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, facultad de hablar diversas lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, que las distribuye a cada uno en particular según su voluntad.
Amor y verdad
Mc 2,13-17
Jesús se fue otra vez a la orilla del mar. Y toda la muchedumbre iba hacia él, y él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: “Sígueme.” Él se levantó y le siguió. Ya en su casa, estando a la mesa, se sentaron con Jesús y sus discípulos muchos publicanos y pecadores, porque eran muchos los que le seguían. Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, empezaron a decir a sus discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?” Lo oyó Jesús y les dijo: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.”
¡Jamás vimos cosa parecida!
Mc 2,1-12
Entró Jesús de nuevo en Cafarnaún, y al poco tiempo corrió la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, mientras él les anunciaba la palabra. Entonces vinieron a traerle a un paralítico, llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, levantaron el techo encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico.
Si escucháis hoy su voz…
Hb 3, 7-14
Por eso, como dice el Espíritu Santo: Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la Querella, el día de la provocación en el desierto, donde me provocaron vuestros padres y me pusieron a prueba, aun después de haber visto mis obras durante cuarenta años. Por eso me irrité contra esa generación y dije: Andan siempre errados en su corazón; no conocieron mis caminos. Por eso juré en mi cólera: ¡No entrarán en mi descanso! ¡Mirad, hermanos!, que no haya en ninguno de vosotros un corazón maleado por la incredulidad que le haga apostatar del Dios vivo; antes bien, exhortaos mutuamente cada día mientras dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca seducido por el pecado. Pues hemos venido a ser partícipes de Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio.
El temor a la muerte
Hb 2,14-18
Hermanos: Ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, él también debía participar de esa condición, para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte.
La autoridad de Jesús
Mc 1,21-28
Llegados a Cafarnaún, Jesús entró el sábado en la sinagoga y se puso a enseñar. Y la gente quedaba asombrada de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios.” Jesús, entonces, le conminó: “Cállate y sal de él.” Y el espíritu inmundo lo agitó violentamente, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados, de tal manera que se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Da órdenes incluso a los espíritus inmundos, y le obedecen.” Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea. leer más
La grandeza del Señor
Hb 1,1-6
Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo, a quien instituyó heredero de todo y por quien también hizo el universo. Él es resplandor de la gloria de Dios e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa. Él, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuando más sublime es el nombre que ha heredado. En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez “Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy”, o también “Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo”? En otro lugar, al presentar a su Primogénito al mundo, dice: “Y adórenle todos los ángeles de Dios”.