Amado Espíritu Santo, Tú quieres que vivamos en fidelidad, y eso en una época en que la infidelidad parece haberse convertido en un estilo de vida. Es un arduo trabajo que tendrás que hacer, porque tantas personas ya no comprenden el sentido de la fidelidad, sea en el matrimonio, en las promesas que se pronuncian, en los votos religiosos, como en tantos otros aspectos… Muchas veces es necesario que volvamos a aprender lo que significa la fidelidad, la responsabilidad, la constancia y la estabilidad.
Meditaciones sobre el Espíritu Santo: “La modestia”
¡Qué adorno tan precioso es un alma modesta, oh Espíritu Santo; un alma en la que habita este fruto Tuyo! En ella se ha refrenado la apetencia desordenada y ha llegado a la calma. No piensa mucho en sí misma, y se contenta fácilmente con lo que recibe. No quiere estar en el centro de atención sino que quiere ocupar el sitio que Tú has previsto para ella. Por eso, en el alma modesta actúa el precioso don de la gratitud y el fruto de la humildad.
Meditaciones sobre el Espíritu Santo: “La bondad”
Espíritu Santo, con los dones que Tú infundes en nuestra alma, quieres hacer surgir todos los frutos que estamos meditando. Son verdaderos frutos que iluminan nuestra vida, son expresión de tu amor y permiten a los hombres tratarse unos a otros así como Jesús quiso:
Meditaciones sobre el Espíritu Santo: “La castidad”
Espíritu Santo, hoy te invoco de forma especial y pongo ante Ti un problema que oscurece la vida de tantas personas. Se ha perdido la sensibilidad por la castidad, y a muchos les parece que este término ha quedado sólo como una reliquia del pasado. Si se habla sobre la pureza, frecuentemente uno se choca con una total incomprensión, e incluso en la misma Iglesia podremos encontrarnos con personas que nos miran con lástima y nos consideran anticuados porque aún creemos en la castidad…
Meditaciones sobre el Espíritu Santo: “Luz en la oscuridad”
Ven, Espíritu Santo, ilumínanos, pues Tú eres la luz que esclarece nuestra oscuridad. Líbranos de toda nuestra ceguera espiritual, para que te reconozcamos mejor y en Tu luz podamos ver la verdad. Y es que hay una gran diferencia entre ver la realidad nada más en su dimensión natural, o saber reconocer en todo Tu obra.
Fiesta de la Ascensión del Señor: “La alegría de los discípulos“
Lc 24,46-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Está escrito que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. Ahora voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre.
Meditaciones sobre el Espíritu Santo: “La paz”
Amado Espíritu Santo, uno de tus frutos más maravillosos es el de la paz. Es una paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14,27), pero tampoco puede arrebatar. Se trata, entonces, de una paz distinta a la que usualmente conocemos; una paz que permanece.
Meditaciones sobre el Espíritu Santo: “La amabilidad”
Espíritu Santo, de Ti se dice que eres un espíritu amable y amante de los hombres, y uno de los frutos que Tú haces crecer en las almas es precisamente la amabilidad.
Meditaciones sobre el Espíritu Santo: “La alegría“
Amado Espíritu Santo, uno de los más bellos frutos que Tú haces crecer en nosotros es la alegría. Es aquella alegría que, al igual que el amor, hace que todo sea más fácil y vence el peso que tantas veces trae consigo la vida; una alegría que es contagiosa, y le regala un rayo de luz y algo de consuelo a la otra persona, siempre y cuando ella no esté cerrada.
Meditaciones sobre el Espíritu Santo: “El dominio de sí mismo”
Amado Espíritu Santo, al principio Tú aleteabas sobre las aguas y transformaste el caos en orden (cf. Gen 1,2). Tú también quieres traer orden al caos provocado por el pecado: orden en nuestra vida interior y exterior. Fue tanto lo que se alborotó con el pecado original y los consiguientes pecados personales, a tal punto que Tu amigo Pablo gemía al advertir esta ley en sus miembros que luchaba contra la ley de su espíritu, y que lo esclavizaba bajo la ley del pecado (cf. Rom 7,23). Junto con él, también nosotros gemimos, diciendo: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte…?” (v. 24)