En aquel tiempo, todos estaban maravillados de las cosas que Jesús hacía. Dijo entonces a sus discípulos: “Escuchad atentamente estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.” Pero ellos no entendían sus palabras; les estaba velado su significado, de modo que no las comprendían. Además tenían miedo de preguntarle acerca de este asunto.
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos respondieron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otro, que uno de los antiguos profetas ha resucitado.” Les preguntó: “Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro le contestó: “El Cristo de Dios.” Entonces les ordenó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Y añadió: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; lo matarán y resucitará al tercer día.”
El año segundo del rey Darío, el día primero del sexto mes, fue dirigida la palabra de Yahvé, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, y a Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote, en estos términos: Así dice Yahvé Sebaot: Este pueblo dice: “¡Todavía no ha llegado el momento de reedificar el templo de Yahvé!” (Dirigió entonces Yahvé la palabra, por medio del profeta Ageo, en estos términos:) “¿Os ha llegado acaso el momento de habitar en casas artesonadas, mientras esta Casa está en ruinas?
No quisiera terminar las meditaciones sobre la sanación del alma, sin antes haber tocado una temática que suelo tratar más detenidamente cuando tenemos algún retiro. Se trata de la sanación del subconsciente. Dentro de este marco, no podremos entrar a profundidad en el tema, pero, dada su importancia, conviene explicarlo al menos en brevedad.
Acercándonos ya al final del tema que hemos estado desarrollando durante los últimos días, estoy consciente de que habría muchos otros aspectos que tratar, con respecto a lo que Dios nos ofrece para la sanación y fortalecimiento de nuestra alma.
Como vemos, son diversas las posibilidades que Dios nos ofrece en el camino de seguimiento de Cristo para la sanación de nuestra alma. El camino de santificación al que estamos llamados, quiere conducirnos a la comunión total con Dios, que llegará a su plenitud en la eternidad. Entonces, cuando nuestra alma herida esté totalmente sanada y transformada, ya no habrá nada que nos separe de Dios. Estaremos totalmente unificados con Él en el amor, y viviremos en la visión beatífica de Dios; es decir, que lo veremos tal cual es. Todo esto lo haremos en comunión con los santos ángeles y todas aquellas personas que han sido acogidas en la gloria del cielo. Entonces, el hombre habrá llegado a su destinación eterna…
Gracias a la fe, a la Palabra de Dios, al perdón de los pecados y al poder sanador de los sacramentos, el hombre es sacado de su perdición, para ser conducido más y más a la cercanía de Dios. Su presencia sanadora y fortificante en el alma hace que en ella se despliegue la nueva vida de Dios. Esta vida nueva, que restituye en el hombre la imagen de Dios, necesita alimento a diario, para que pueda crecer y madurar. Este alimento nos lo proporciona el Señor a través de las diferentes maneras que habíamos meditado en los últimos días, y de forma eminente lo hace por medio de una vida de oración.
La fe restituye nuestra verdadera relación con Dios; y la Palabra de Dios la nutre, concediéndonos cada vez más profundamente la luz de la verdad y levantándonos. En el perdón de los pecados, Dios abre las puertas de su corazón de par en par para nosotros, y podemos experimentar su indecible misericordia. En el encuentro con el amor de Dios, que se nos da en el sacramento del Bautismo y de la Penitencia, el alma va sanando de las consecuencias de haberse alejado de Dios. Ya no vive sumida en tinieblas, y, a pesar de todos los combates que aún tiene que afrontar, ha hallado el camino para hacerse receptiva a la gracia de Dios y acoger así Su sanadora bondad. Es una vida realmente distinta la que ha empezado; una vida que le devuelve al hombre su originaria hermosura y dignidad.
Gracias al regalo de la fe, vuelve a despertar en el hombre su destinación eterna. La Palabra de Dios lo alimenta día a día, ilumina su entendimiento y ahuyenta las tinieblas de la ignorancia y del error. Pero para que esto llegue a ser eficaz en lo más profundo, sus culpas deben haber sido perdonadas, pues ellas son un peso en la vida de la persona y oscurecen su relación con Dios.
Ayer habíamos empezado a ver el proceso de sanación que tiene inicio cuando se acoge la fe, abarcando a la persona en su totalidad. Gracias a la fe, que es nuestra respuesta al amor de Dios que tanto nos ha buscado, se activa la vocación trascendente de nuestra vida. Se reestablece una consciente relación con Dios y la vida divina puede comunicársenos.