Bajaron algunos de Judea que adoctrinaban así a los hermanos: “Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros.” Esto fue ocasión de una acalorada discusión de Pablo y Bernabé contra ellos. Así que decidieron que Pablo y Bernabé y algunos más de ellos subieran a Jerusalén, adonde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión.
Jesús dijo a sus discípulos: “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No os sintáis turbados, y no os acobardéis. Ya me habéis oído decir: Me voy y volveré a vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me vaya al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y esto os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero el mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado.”
Al producirse en Iconio un tumulto, judíos y gentiles, junto con sus jefes, se unieron finalmente para ultrajarlos y apedrearlos. Ellos, al enterarse, huyeron a las ciudades de Licaonia, a Listra y Derbe y sus alrededores. También aquí se pusieron a anunciar la Buena Nueva.
En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, confortando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a perseverar en la fe y diciéndoles: “Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios“. Designaron presbíteros en cada iglesia y, después de hacer oración acompañada de ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído.
Jesús dijo a sus discípulos: “Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.” Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta.” Respondió Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.
En aquellos días, cuando llegó Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga: “Hermanos, hijos de la raza de Abrahán, y cuantos entre vosotros teméis a Dios: a vosotros ha sido enviada esta palabra de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Jesús ni entendieron las palabras de los profetas que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo.
Después de haber meditado los dos últimos días sobre la importancia de que nuestra vida natural quede impregnada por la espiritual, para que adquiera un carácter sobrenatural, queremos hoy dar algunas pautas concretas al respecto…
La meditación de hoy será la continuación del tema de ayer: ¿Cómo podrá quedar impregnada por el amor de Dios toda nuestra vida, particularmente la vida cotidiana, con todas sus obligaciones y sus retos?
No puede existir un contraste fundamental entre la vida sobrenatural -aquella que cultivamos al recibir los sacramentos, en la meditación de la Sagrada Escritura y en la oración- y nuestro trabajo a nivel natural. Mientras vivamos en este mundo, una de las tareas que Dios nos ha encomendado es que tratemos de forma adecuada y sabia con la Creación y las realidades terrenales que nos rodean.leer más
En los próximos días, vamos a interrumpir nuestras habituales meditaciones bíblicas, para dar espacio a ciertos temas de la vida espiritual. Hoy empezaremos a reflexionar acerca de cómo el Espíritu del Señor puede impregnar cada vez mejor nuestra vida cotidiana, de manera que no estemos unidos a Dios solamente en nuestra vida de oración, y, en cuanto lleguen nuestras obligaciones y quehaceres, nos separen de Él.leer más
Los apóstoles y los hermanos residentes en Judea oyeron que también los gentiles habían aceptado la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los (partidarios) de la circuncisión se lo reprochaban, diciéndole: “Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos.”