Si entendemos la misión –que es el encargo del Resucitado de anunciar el evangelio a toda creatura (cf. Mt 28,19)– como expresión del amor de nuestro Padre, que busca a Sus hijos, entonces nos acercamos mucho a los deseos más profundos del Corazón de Dios. Él hace a los Suyos partícipes en esta búsqueda, confiándoles así un profundo anhelo de Su Corazón.
El gran tema que está presente en todo el Mensaje del Padre es el amor de Dios y el amor a Dios.
Hoy en día resulta particularmente importante este tema, siendo así que no pocas veces en la Iglesia se está poniendo en primer plano la primacía del amor al prójimo y la mejora de este mundo, mientras que el cultivar el amor a Dios se coloca al mismo nivel o incluso por debajo. Así, sucede una especie de “cambio de perspectiva”, y el hombre, en lugar de Dios, ocupa el centro de atención.
“No me basta el haberos mostrado mi amor; quiero abriros, además, mi corazón, pues de él brotará una fuente refrescante que apagará la sed de todos los hombres”
En la meditación anterior, habíamos reflexionado acerca de la fuente y el océano del amor, que el Padre quiere darnos a conocer.
La fuente que emana agua viva es símbolo del conocimiento de Dios. Y nada mejor que el amor para conocer a Dios, puesto que éste es su Ser más íntimo. “Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” -nos dice el Apóstol San Juan en su carta (1Jn 4,16). Recordemos también aquel gran don del Espíritu Santo: la sabiduría, de la cual se dice que nos permite conocer a Dios en Su mismo Ser y que es un “delicioso conocimiento”. Ya no se lo conoce sólo a través de las obras de la Creación, para a partir de ahí sacar conclusiones sobre Dios; sino que se lo conoce en Su mismo Espíritu; es decir, directamente.
En los días que vienen, hasta el 7 de agosto, retomaremos las meditaciones sobre el Mensaje de Dios Padre, cuya primera parte nos había acompañado a lo largo del Tiempo de Cuaresma. El 7 de agosto mismo es el día en que nosotros, así como algunos otros fieles, celebramos la Fiesta en honor al Padre de todos los hombres, conforme al pedido que Él mismo expresó en este Mensaje.
Escuchen lo que dice el Señor: «¡Levántate, convoca a juicio a las montañas y que las colinas escuchen tu voz! ¡Escuchen, montañas, el pleito del Señor, atiendan, fundamentos de la tierra! Porque el Señor tiene un pleito con su pueblo, entabla un proceso contra Israel; ¿Qué te hice, pueblo mío, o en qué te molesté? Respóndeme. ¿Será porque te hice subir de Egipto, porque te rescaté de un lugar de esclavitud y envié delante de ti a Moisés, Aarón y Miriam?»
Fuera de ti, no hay otro Dios que cuide de todos, a quien tengas que probar que tus juicios no son injustos; porque tu fuerza es el principio de tu justicia, y tu dominio sobre todas las cosas te hace indulgente con todos. Tú muestras tu fuerza cuando alguien no cree en la plenitud de tu poder, y reprimes la temeridad de aquellos que la conocen. Pero, como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con sólo quererlo puedes ejercer tu poder. Al obrar así, tú enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser amigo de los hombres y colmaste a tus hijos de una feliz esperanza, porque, después del pecado, das lugar al arrepentimiento.
En aquel tiempo, los fariseos se confabularon contra él para eliminarlo. Jesús, al saberlo, se retiró de allí. Le siguió una gran muchedumbre, y los curó a todos. Luego les mandó enérgicamente que no le descubrieran, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: “Éste es mi Siervo, a quien elegí, mi Amado, en quien me complazco. Pondré mi espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las naciones. No disputará ni gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz. La caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante, hasta que lleve a la victoria el juicio: en su nombre pondrán las naciones su esperanza.”
En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. El profeta Isaías, hijo de Amós, vino a decirle: “Esto dice Yahvé: Haz testamento, porque vas a morir, no vivirás.” Ezequías volvió su rostro a la pared y oró a Yahvé. Dijo: “¡Ah, Yahvé! Dígnate recordar que me he conducido en tu presencia con fidelidad y corazón perfecto, haciendo lo que tú consideras correcto.” Después Ezequías estalló en un copioso llanto. Entonces le fue dirigida a Isaías la palabra de Yahvé en estos términos: “Ve y di a Ezequías: Esto dice Yahvé, Dios de tu padre David: He oído tu plegaria, he visto tus lágrimas y he decidido curarte. Dentro de tres meses subirás al templo de Yahvé. Añadiré quince años a tus días. Te libraré a ti y a esta ciudad de la mano del rey de Asiria, y ampararé a esta ciudad.”
La senda del justo es recta; tú allanas la senda del justo. Echamos de menos, Yahvé, tu forma de hacer justicia; tu nombre y tu recuerdo son la añoranza de mi vida. Mi ser te anhela de noche, mi espíritu madruga por buscarte, porque cuando tus juicios se ejercen sobre la tierra, los habitantes del mundo aprenden la justicia.
“Al hablar de una guerra entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, siempre hay que dejar en claro que los poderes de las tinieblas ya fueron vencidos por el Señor en la Cruz.”
Así dice el Señor: “¡Ay, Asiria, bastón de mi ira, vara que mi furor maneja! Voy a guiarla contra gente impía, contra el pueblo objeto de mi cólera, para que lo saqueen y lo pillen a placer, y lo pateen como el lodo de las calles. Pero él no pensaba así, ni su mente así lo estimaba, sino que su intención era arrasar y exterminar no pocos pueblos.”