“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su propia alma?” (Mt 16,26)
A través de los cuatro primeros dones (el de temor, piedad, fortaleza y consejo), el Espíritu Santo guía sobre todo nuestra vida moral. En cambio, a través de los tres últimos dones (ciencia, entendimiento y sabiduría), Él conduce directamente nuestra vida sobrenatural; es decir, nuestra vida centrada en Dios.
Los cuatro primeros dones llevan a su perfección a las virtudes cardinales; los últimos tres, en cambio, completan las virtudes teologales. Estos tres últimos dones se relacionan con la contemplación, con la vida de oración, con la unificación con Dios.
