“Ven, padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas.”
En el término ‘pobres’ estamos incluidos todos nosotros, especialmente aquellos que están conscientes de su propia pobreza.
En nuestra vida espiritual, aprendemos que siempre estamos necesitados. Es precisamente el Espíritu Santo quien nos enseña cuán grande es el amor de Dios y cuán lejos aún estamos de él.
Sin embargo, esta constatación no se convierte en motivo para sumirnos en tristeza o incluso caer en desesperación. Antes bien, es razón para apoyarnos aún más en el amor de Dios, confiando en que Él se apiadará de nuestra pobreza. Entonces será Dios quien nos haga ricos, pues Él mismo es nuestra riqueza.
