Confortar y animar a los fieles

Hch 14,21-27

En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, confortando a los discípulos, exhortándoles a perseverar en la fe y diciéndoles: “Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. Designaron presbíteros en cada iglesia y, después de hacer oración acompañada de ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído.

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Amar el amor de Dios

Jn 14,7-14

Jesús dijo a sus discípulos: “Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.” Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta.” Respondió Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?

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El plan del Señor subsiste por siempre

Hch 13,26-33

En aquellos días, cuando llegó Pablo a Antioquía de Pisidia, decía en la sinagoga: “Hermanos, hijos de la raza de Abrahán, y cuantos entre vosotros teméis a Dios: a vosotros ha sido enviada esta palabra de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Jesús ni entendieron las palabras de los profetas que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Aunque no hallaron en él ningún motivo de condena, pidieron a Pilato que le hiciera morir. Y cuando hubieron cumplido todo lo que estaba escrito respecto a él, lo bajaron del madero y lo pusieron en el sepulcro. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos.

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El valor de la Tradición

Hch 13,13-25

Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos y llegaron a Perge de Panfilia. Pero Juan se separó de ellos y se volvió a Jerusalén, mientras que ellos, partiendo de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Después de la lectura de la Ley y de los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: “Hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad.”

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El servicio profético

Hch 12,24–13,5

En aquellos días, la palabra de Dios crecía y se multiplicaba. Bernabé y Saulo volvieron a Jerusalén una vez cumplido su ministerio, y se trajeron a Juan, llamado Marcos. En la iglesia de Antioquía había profetas y maestros: Bernabé y Simón, que era llamado el Negro, Lucio, el de Cirene, y Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo.

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Fidelidad al Señor y a su Iglesia

Hch 11,19-26

En aquellos días, los que se habían dispersado por la tribulación surgida por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, predicando la palabra sólo a los judíos. Entre ellos había algunos chipriotas y cirenenses, que, cuando entraron en Antioquía, hablaban también a los griegos, anunciándoles el Evangelio del Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos y un gran número creyó y se convirtió al Señor. 

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La guía del Espíritu Santo

Hch 11,1-18 

En aquellos días, los apóstoles y los hermanos residentes en Judea oyeron que también los gentiles habían aceptado la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los (partidarios) de la circuncisión se lo reprochaban, diciéndole: “Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos.”

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Hacer reinar a Dios Padre

Como lo hacemos el día 7 de cada mes, meditaremos hoy un pasaje del “Mensaje del Padre” a Sor Eugenia Ravasio:

“¿Ha llegado ya Mi Reino? Es cierto que honráis con todo el fervor el Reinado de Mi Hijo Jesús, y en Él me honráis a Mí. Pero, ¿le negaríais a vuestro Padre la gran gloria de proclamarlo “Rey”, o por lo menos la de hacerme reinar para que todos los hombres me conozcan y me amen?

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El gran milagro de la conversión

Hch 9,1-20 

En aquellos días, Saulo no desistía de su rabia, proyectando violencias y muerte contra los discípulos del Señor. Se presentó al sumo sacerdote y le pidió poderes escritos para las sinagogas de Damasco, pues quería detener a cuantos seguidores del Camino encontrara, hombres y mujeres, y llevarlos presos a Jerusalén. Mientras iba de camino, ya cerca de Damasco, le envolvió de repente una luz que venía del cielo. Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Preguntó él: “¿Quién eres tú, Señor?” Y él respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora levántate y entra en la ciudad. Allí se te dirá lo que tienes que hacer.”

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