“Padre, la hora ha llegado” (Jn 17,1).
Al pensar en las bodas de Caná, recordamos que inicialmente el Señor dijo a su Madre que aún no había llegado su hora (Jn 2,4b). Sin embargo, por intercesión de la Virgen María terminó realizando el milagro de la transformación del agua en vino. Así, Jesús manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él (Jn 2,11).
Pero cuando Jesús dice: “Padre, la hora ha llegado”, se refiere a una hora distinta: es la hora de la consumación de su misión, y el Hijo fija su mirada en el Padre.
Si queremos asemejarnos mucho a nuestro Salvador, hemos de aprender de Él a hacer todo con la mirada puesta en el Padre. ¡Esta es su vida! No hace nada sin antes haberse asegurado con el Padre y sin unirse plenamente a su santa Voluntad, hasta la hora de su muerte.
Así, Jesús puede decir: “Padre, la hora ha llegado.” Él sabe que volverá a Él llevando consigo el premio de la victoria: la humanidad liberada de las cadenas de Satanás.
“Padre, la hora ha llegado.” ¡Cuánto la ansiaba Jesús, y también el Padre!
Ahora nada puede retenerle en la tierra. Ha consumado su misión. También el Padre conoce aquella hora, preparada desde hace tanto tiempo. ¡Ahora ha llegado! No es el hijo pródigo el que vuelve a casa, sino Aquél que conduce a los hijos pródigos de regreso a casa.
Jesús intentó transmitir a sus discípulos que debían alegrarse con Él de que volviera al Padre: “Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo” (Jn 14,28). Ellos no pudieron comprenderlo en ese momento. Pero también a ellos les llegó su hora y entonces estuvieron preparados.
También nuestra hora llegará. Si la esperamos con la mirada puesta en el Padre Celestial, podremos decir confiadamente:
“Padre, la hora ha llegado”, y volveremos a Aquél que nos espera y a quien nuestra alma ama.