ORACIÓN DEVOTA

«A través de la oración devota, una persona puede obtener en un solo día mayor ganancia de la que vale el mundo entero» (San Buenaventura).

Esta maravillosa frase debe calar profundamente en nuestro corazón e iluminar nuestra razón, pues nos muestra claramente la verdadera jerarquía de los valores. La oración devota pronunciada en el Espíritu del Señor, que abarca toda nuestra existencia, atraviesa el cielo y la tierra y llega hasta el Corazón de nuestro Padre.

Al haber brotado de Él y retornado a Él, adquiere un valor infinito que no puede compararse con nada de lo que existe en el mundo.

Hay tantas formas fructíferas de oración, entre ellas la oración suplicante, en la que la persona desahoga su corazón sin reservas y, a menudo, también la aflicción que atraviesa. ¿Cómo podría nuestro Padre desoír tal súplica y no apresurarse a ayudarle? Una oración así no puede quedar sin respuesta, pues nuestro Padre siempre se inclina hacia sus hijos que claman a Él de todo corazón.

Lo mismo se puede decir de la oración en silencio ante Dios, en la que el alma y Él se aseguran mutuamente su amor, momento en el que se despliega tan tierna como fuertemente el misterio de amor entre Dios y el alma. ¿Qué puede contraponer el mundo a esos momentos? Al fin y al cabo, solo humo y espejos.

Pensemos también en cuán eficaz es una Santa Misa dignamente celebrada. ¡Cuánta gracia se ofrece a los fieles que participan en ella con devoción! ¿Qué cosa en el mundo, con todo su esplendor y gloria, podría siquiera acercarse a eso? La respuesta sería superflua.

Pero, eso sí, podemos cuestionarnos si acaso estamos desaprovechando mucho tiempo ocupándonos innecesariamente del mundo, tiempo que más valdría dedicar a nuestro amado Padre, que siempre nos está esperando, también en el interior de nuestros corazones.