Jn 16,12-15
Jesús dijo a sus discípulos: “Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso dije: ‘Recibe de lo mío y os lo anunciará’.”
Estando todavía en la Tierra con sus discípulos, el Señor no les confió todo, sabiendo que antes era preciso enviarles el Espíritu Santo, tanto para que pudiesen comprender las cosas como también para que fuesen fortalecidos para ponerlas en práctica.
Así, el Señor guía a su Iglesia a través del tiempo y le permite reconocer cada vez mejor su revelación a través del Espíritu Santo.
Después de haber reflexionado ya a lo largo de los últimos días sobre el tema del Espíritu Santo, en preparación a la Fiesta de Pentecostés, quisiera compartiros en esta ocasión una oración que desde hace muchos años rezamos en nuestra comunidad. Hace parte del llamado “Himno de alabanza a la Santísima Trinidad”, que la mayoría de los miembros de nuestra comunidad rezan cada madrugada (https://www.youtube.com/watch?v=BD9qMTsl0xU):
“Alabado seas, Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo.
En el principio aleteabas sobre las aguas y transformaste el caos en orden. Y cuando se cumplió el tiempo, descendiste sobre el seno de la beatísima Virgen María, de la cual nos nació Cristo, el Señor.
En todo momento lo llenaste a Él con tu espíritu de sabiduría, de inteligencia, de consejo, de fuerza, de ciencia, de piedad y de temor del Señor, y permaneciste con Él para compartir todas sus fatigas.
Y cuando Nuestro Señor ascendió a los cielos, fuiste enviado por el Padre y el Hijo sobre los discípulos y apóstoles, iluminándolos y fortaleciéndolos. En tu luz pudieron reconocer las obras salvíficas de Dios e interpretar las Escrituras. Con tu fuerza dieron testimonio de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, pues Tú mismo eres el Testigo.
Convences al mundo del pecado y revelas la justicia y el juicio.
Derramado en nuestros corazones clamas: ‘Abbá, Amado Padre’, y pides por nosotros con inefables gemidos, pues Tú eres el Santo en nosotros pecadores, la luz en nuestra oscuridad, la verdad en nuestros corazones.
Ocultamente te mostraste en los mensajes de los videntes; claramente resplandeciste en el testimonio de los profetas; mas ahora, al final de los tiempos, has sido enviado sobre todos los hombres, para que reconozcan a Cristo, el Señor.
Así llevas a cabo la obra del Padre y del Hijo y nos transformas según la imagen de Cristo.”
Esta oración nos recuerda los aspectos fundamentales de la obra del Espíritu Santo. Al repetirla diariamente, se asientan en nuestra alma estas verdades de fe, que también podríamos llamar ‘estaciones de la salvación’.
Al mismo tiempo, esta oración es también una alabanza al Espíritu Santo, que concluimos con las siguientes palabras:
“¿Cómo podremos jamás agradecerte por tu amor y tu infinita misericordia? Por eso te adoramos con todos los ángeles y santos, y glorificamos tu excelso nombre con todos los que te buscan, te honran y te escuchan. Pedimos por nuestros hermanos y hermanas difuntos, necesitados de purificación; por aquellos que no te conocen, que viven confundidos y extraviados; y de manera especial por los que mantienen su corazón cerrado ante Ti. ¡Porque Tú eres santo!”
Os invito a meditar e interiorizar esta oración, para acercarnos más al Espíritu Santo. Se la puede recitar en voz alta o rezarla interiormente. A nosotros nos ha ayudado a reconocer mejor al Espíritu Santo como persona, y a estar conscientes de su obrar en la historia de la salvación.