“Oportuna o importunamente, todo el mundo ha de enterarse de que hay un Dios y un Creador” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
En la meditación de ayer, le habíamos dirigido a nuestro Padre Celestial esta pregunta: “¿Cuáles son las obras que quieres realizar a través nuestro?”
En el Mensaje a la Madre Eugenia, Él nos da una una respuesta inequívoca: “Oportuna o importunamente, todo el mundo ha de enterarse de que hay un Dios y un Creador.”
Éste es el requisito fundamental para que los hombres vivan en la verdad. Son tantos los que aún no conocen a Dios o tienen una imagen equivocada del Padre, de modo que viven ignorando la bondad del Señor que les rodea constantemente.
Esto supone sufrimiento en muchos sentidos: para Dios es un sufrimiento que los hombres no conozcan su amor y, en consecuencia, no puedan acogerlo; para los hombres mismos es un sufrimiento, porque echan de menos lo esencial de su existencia, aun si no se dan cuenta; para los que ya viven como hijos de Dios también supone sufrimiento, porque no pueden alcanzar en la convivencia con las otras personas aquella familiaridad que sólo surge al vivir juntos en la luz de Dios. Hace falta esa unidad de espíritu que es el vínculo entre los que obedecen y siguen al Señor. Hacen falta las condiciones básicas para poder vivir en verdadera paz.
Las palabras “oportuna o importunamente” nos hablan directamente a nosotros. El deseo del Padre es que demos testimonio de Él, y nos anima a superar cualquier timidez o pereza a la hora de anunciarlo. Si les hacemos entender a los hombres que este Dios y Creador es, al mismo tiempo, el Padre que tanto los ama, entonces se cumplirá lo que el Padre promete en el Mensaje a la Madre Eugenia: “Si todos los hombres que están lejos de nuestra Iglesia Católica escucharan hablar de este Padre que los ama (…), entonces una gran parte de ellos, e incluso de los más obstinados, vendrían a este Padre.”
Qué maravilloso sería si, llegados al final de nuestros días, cuando nos preparemos para el encuentro con el Padre Celestial en la eternidad, pudiéramos decirle de todo corazón: “Hemos intentado testificar tu amor a los hombres, amado Padre. No hemos temido hacerlo, ni siquiera cuando podía haber parecido inoportuno.”