«Uno tiene la impresión de que nunca ama lo suficiente. Sí, es verdad: ¡nunca se ama lo suficiente!» (San Charles de Foucauld).
Efectivamente, es así, porque el amor es infinito y solo en Dios podemos hallarlo en toda su perfección.
Es muy provechoso constatar que nunca amamos lo suficiente, sin por ello caer en una autoacusación destructiva. Esta constatación se convierte en un valioso conocimiento de uno mismo, ya que nos impulsa a ponernos en marcha hacia la fuente del amor, que empezamos a anhelar cada vez más. En este camino, nos encontramos una y otra vez con las limitaciones de nuestro corazón. Estas limitaciones comienzan a dolernos y sufrimos por el hecho de que aún no amamos como podríamos.
Entonces, ¿qué debemos hacer? En primer lugar, es necesario realizar un acto de voluntad y no darnos por satisfechos con nuestro corazón estrecho y cerrado.
Para ello, hay que dar pasos de humildad. ¡Aún estamos lejos de amar lo suficiente! De hecho, con nuestras propias fuerzas nunca seríamos capaces de amar como nos pide el Evangelio.
Esto nos mueve a acudir a nuestro Padre para pedirle su amor, no solo una vez, sino cada vez que nos enfrentemos a nuestros límites. Sin duda, Dios responderá con alegría a tal petición.
¿Y nosotros? Seguimos llevando con perseverancia ante nuestro Padre todo aquello que en nuestro corazón es contrario al amor. Al mismo tiempo, le pedimos que nos ayude a reconocer con mayor precisión dónde aún nos cerramos al amor y eludimos sus exigencias.
Así, el amor se convierte en el tema central de nuestra vida. Aumenta el anhelo de obtener un corazón nuevo, un corazón que sepa amar como Dios ama, e imploramos a nuestro Padre que quite de nuestro pecho el corazón de piedra y nos dé un corazón de carne (cf. Ez 36,26).
Así, algo irá cambiando en nosotros. Nos volveremos más capaces de amar. Cada vez nos resultará más fácil y ya no tendremos que forzarnos. Sin embargo, seguiremos sintiendo que aún no amamos lo suficiente. «Sí, es verdad: ¡nunca se ama lo suficiente!». Pero, en lugar de ser motivo de tristeza, esta constatación se nos convierte en una invitación a crecer en el amor.