«Guárdate del primer tropiezo, pues si no, seguirán más tropiezos y, finalmente, el hábito se convertirá en pecado. Nunca pruebes el dulce veneno, aunque te lo sirvan en copas de oro, pues la muerte es la consecuencia inevitable» (San José de Calasanz).
¡Gracias por esta frase, san José de Calasanz! Hoy en día, es cada vez menos frecuente escuchar un lenguaje tan claro en el ámbito eclesiástico. Sin embargo, es provechoso, pues alerta a las personas para que no sean imprudentes y velen atentamente sobre su vida espiritual.
Con la ayuda de nuestro Padre celestial, es relativamente fácil resistir las primeras tentaciones. ¡Pero qué difícil resulta cuando ya hemos dado pasos en falso y estos se han convertido en costumbre! ¡Qué miserable es cuando los malos hábitos nos han llevado al pecado y han obtenido dominio sobre nosotros! Cuando esto sucede, a menudo el hombre se encuentra abatido y no puede levantarse. A esto se suma que ya no puede ser un ejemplo para los demás, o en el peor de los casos, incluso puede influir negativamente en ellos.
El «dulce veneno» confunde nuestros sentidos y es igual de perjudicial que cualquier otro veneno, solo que no lo notamos tan fácilmente.
Debemos pedirle a nuestro Padre que nos conceda una gran atención y vigilancia frente a nuestra vida espiritual y suplicarle al Espíritu Santo que permanezca siempre con nosotros para advertirnos. ¡Que penetre tan profundamente en nuestra alma que ya el «mal olor» de la mínima desviación del camino recto nos sirva de advertencia! Él puede ayudarnos a identificar el potencial de engaño del «dulce veneno», de modo que lo percibamos ya en los pensamientos y sentimientos, y aún más en las palabras y los gestos.
El veneno sigue siendo veneno y debemos estar atentos para que no nos engañe con palabras santas y disfrazándose de oro falaz. Recordemos que incluso el demonio puede presentarse vestido de ángel de luz (cf. 2Cor 11,14). ¡Hay que rechazarlo de inmediato!
San José de Calasanz, ruega por nosotros para que nunca descuidemos la vigilancia.