NUNCA OLVIDAR LA MISERICORDIA DE DIOS

“A aquel que nunca olvida cuán profundamente ha caído, le resulta fácil practicar la misericordia” (San Agustín).

En su extraordinaria sabiduría, Dios es capaz de guiar de vuelta a sus caminos incluso a personas que han cometido graves errores en su vida. Tal vez la persona en cuestión piensa –u otras lo piensan de ella– que ya no puede levantarse de sus pecados y que, por tanto, ya no cabe esperanza en su vida.

Pero, una vez más, es el Señor quien ve las cosas de otra manera: Él no quiere que ninguna persona se condene y está dispuesto a todo para salvarla. En este contexto, merecería la pena meditar profundamente un pasaje conmovedor del Mensaje del Padre, en el que Él mismo relata cuánto se esforzó por salvar a un alma que le ofendía una y otra vez, y, sin embargo, nuestro Padre quería tenerla para siempre consigo en la eternidad.

La persona puede poner mucho de su parte para que incluso los más graves pecados sean transformados en el mar de la misericordia de Dios. Esto sucede cuando se arrepiente sinceramente y nunca se olvida de cuán profundamente había caído y cómo Dios tuvo compasión de ella. Así, Dios puede valerse de lo vergonzoso del pecado para derretir el corazón de la persona. De esta manera, ella misma puede convertirse en instrumento de la misericordia de Dios.

Sabemos bien cuánto Dios ama la misericordia y cómo reprende a aquellos que se erigen en despiadados jueces de los demás (cf. Mt 7,1-2). Y, puesto que es así, nuestro Padre mira con amor al pecador arrepentido que se ha convertido, ha llorado sus pecados y se ha vuelto él mismo misericordioso con los demás. En cambio, pedirá cuentas a aquellos que se han olvidado de la misericordia.