NUNCA DUDES EN DECIR LA VERDAD

“¡Nunca dudes en decir la verdad!” (Palabra interior).

La verdad es un bien invaluable. Sin ella, todo se difumina y la realidad adopta rasgos ilusorios. Como cristianos, hemos tenido la dicha de conocer a Aquel que es la verdad misma (Jn 14,6) y que viene a nosotros desde el trono del Padre. Ante el procurador Pilato, Jesús declara: “Para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37); es decir, para anunciar al Padre Celestial de quien todo procede.

Puesto que el Señor mismo es la Verdad y se la ha confiado a su Iglesia, también nosotros somos testigos de la verdad. Nuestro Padre espera que demos un testimonio veraz de Él y no titubeemos cuando sea momento de confesarlo. Es nuestra deuda con el Señor y con la verdad. Ciertamente, podemos decir la verdad con delicadeza y esperar el momento oportuno, de modo que a las personas les resulte más fácil abrirse al mensaje. Pero nunca debemos abstenernos de decir la verdad por respetos humanos. La verdad de la que damos testimonio encontrará por sí misma el camino hacia los corazones de los hombres y el Espíritu Santo se encargará de convencerlos.

Por ello, nunca debemos dudar en confesar la verdad, pues es ella la que nos hace libres (Jn 8,32) y atraviesa las tinieblas con la luz. Nuestro Padre se complacerá en que le sirvamos de esta manera y, al mismo tiempo, estaremos demostrando un verdadero amor al prójimo.