«He venido a traer la paz con esta “obra de amor”» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Nuestro Padre se refiere aquí a la verdadera paz: paz con Él, con los demás y con nosotros mismos.
Esto resulta evidente si tenemos claro en qué consiste esta paz, que, como Jesús nos hace entender, solo Dios puede dar, no como la da el mundo (Jn 14, 27).
Antes que nada, es la paz con Dios la que pacifica todo lo demás. Cuando lo invocamos tiernamente con el nombre de «Padre», tal y como Él desea, se restaura algo de la relación confiada que el hombre tenía con Dios en el paraíso y un primer rayo de paz cae sobre nuestra alma, a menudo herida y maltratada. Nuestro Padre puede reparar e incluso aumentar lo que el hombre perdió con la caída en el pecado.
Con este trasfondo, podemos hacernos una idea de la importancia del Mensaje de Dios Padre a la Madre Eugenia Ravasio, tal y como se lo transmite Él mismo al Papa de esa época: «Esta obra debería ser la primera de todas».
Cuando la paz del Señor penetra en nuestro corazón, también nos volvemos capaces de vivir en paz con los demás, en la medida en que depende de nosotros. Al convertirnos en verdaderos hijos de nuestro Padre celestial, no podemos permitirnos ser sembradores de discordia, sino que la paz de Dios debe encontrar cada vez más cabida en nosotros. Es Él quien pacifica nuestro interior, ahuyenta al acusador y nos reconcilia con nosotros mismos, de modo que dejamos de ser nuestros propios enemigos. En efecto, este rayo de paz que Dios envía a nuestra alma es su amor, que se pondrá manos a la obra para introducirnos en la relación debida con nuestro Padre y eliminar todo lo que se interponga.
Por tanto, os invito de corazón a asimilar profundamente este Mensaje de nuestro Padre, para que podamos comprender el alcance, la profundidad y la grandeza de esta obra. Solo cuando los hombres reconozcan a Dios como su amantísimo Padre y le obedezcamos todos juntos, podrá reinar la verdadera paz en el mundo. ¡Todo lo demás vendrá por añadidura!
