“NUESTRO PADRE REPARA LO QUE HEMOS FALLADO”

«Cuando confiesas sinceramente tus errores, tus omisiones y tus deficiencias, me haces feliz, como si me hubieras confiado un tesoro. Tan pronto como tu alma se abre, mi Espíritu toma posesión de ella, sin llamar la atención, pero victorioso. ¿Qué no podría yo reparar si me dejan actuar? Entonces me complazco en adornar tu alma según mi gusto» (Palabras de Jesús a la mística Louisa Jaques).

¡Qué regalo nos ofrece el Señor en el sacramento de la confesión! ¡Cuán dispuesto está siempre a levantar de nuevo el alma! Pero no solo eso. En la frase de hoy, habla de que Él puede repararlo todo. No solo nos muestra nuestros pecados para perdonárnoslos tras un arrepentimiento y una confesión sinceros, sino que también es capaz de reparar nuestras faltas. ¡Qué consuelo trae esta certeza, especialmente para aquellos que han cometido graves pecados que, desde su punto de vista, siempre pesarán sobre ellos y les harán perder la esperanza!

Y la reparación no es aún toda la prueba del amor del Señor. Él comienza a adornar el alma y a revestirla con su belleza. Solo ha estado esperando ese momento para, una vez eliminados los obstáculos, comunicarse plenamente al alma, pues ahora su vestido de gracia resplandece aún más.

Toda la eternidad no bastaría para alabar suficientemente el amor de nuestro Padre. Ninguna persona tiene motivo para tirar la toalla y acabar con su vida, ni siquiera si se ha descarrilado. Con una palabra de arrepentimiento, una invocación sincera al Padre, sucederá lo que el Señor le aseguró a Santa Matilde:

«Te digo que no hay pecador tan malo como para que, si se convierte de verdad, yo no le perdone en ese mismo instante todas sus culpas e incline mi corazón sobre él con tanta gracia y dulzura como si nunca hubiera fallado».