NUESTRO PADRE NOS EDUCA

“Dios os trata como a hijos, ¿y qué hijo hay a quien su padre no corrija?” (Hb 12,7).

En un primer momento, quizá estas palabras suenen atemorizantes para algunos. Pero este susto no es justificado, porque nuestro Padre no quiere otra cosa más que darnos aquella formación que necesitamos para alcanzar nuestra meta.

¡Qué extraño sería si Dios no se preocupase de nosotros y simplemente nos dejase continuar en nuestros caminos equivocados! ¡Cuán distinto es el amor de nuestro Padre de la voz seductora del Maligno!

En su “Breve relato sobre el Anticristo”, el autor Vladimir Soloviev describe el encuentro del Anticristo con un poder oscuro que se le presenta como “su padre” y le dirige las siguientes palabras:

“Te amo y no pido nada de ti. Eres perfecto, poderoso y grande. Cumple tu obra en tu nombre y no en el mío. No te tengo envidia, te amo. (…) Yo no pido nada de ti, al contrario te ayudaré. Te ayudaré por ti mismo, por amor a tu dignidad y excelencia, por el puro y desinteresado amor que te tengo.”

Aquí se hace totalmente evidente la diferencia. Mientras que el Padre Celestial quiere formarnos a su imagen y nos envía al Espíritu Santo para que no fallemos nuestra meta, el espíritu del mal genera ilusiones para atrapar al hombre en su vanidad y enceguecerlo. Finge amarlo desinteresadamente al dejarlo tal como es.

Nuestro Padre, en cambio, hace todo lo posible por atraernos a sí mismo a través del amor y guiarnos a la santidad. Él nos ama y nos concede la salvación, pero no nos deja a merced de nuestra miseria, sino que quiere sacarnos de ella.