“Salvaste a Noé del diluvio y a Lot, de la destrucción de la ciudad depravada. En Abrahán bendijiste todos los pueblos”(Himno de Alabanza a la Santísima Trinidad).
Aun en medio del creciente caos en la humanidad, nuestro Padre siempre encontraba a un justo a quien podía atraer hacia sí de forma especial, mostrándole su favor y salvándolo de la corrupción generalizada.
En el Mensaje a la Madre Eugenia, Dios Padre lo describe en estos términos:
“El mal creció tanto en el corazón de los hombres que me vi forzado a enviar desgracias sobre el mundo, para que el hombre fuese purificado por medio del sufrimiento, la destrucción de sus bienes o hasta la pérdida de su vida. Así ocurrió el diluvio, la destrucción de Sodoma y de Gomorra, las guerras del hombre contra el hombre, y así sucesivamente.
Siempre he querido permanecer en este mundo entre los hombres. Y así, durante el diluvio estuve junto a Noé, el único justo en aquel entonces. También durante las otras calamidades, encontraba siempre a un justo en el cual podía morar y, a través de él, permanecer en medio de los hombres de ese tiempo. ¡Así fue siempre!
Debido a mi infinita bondad para con la humanidad, el mundo fue purificado de su corrupción en muchas ocasiones. Luego seguía escogiendo almas en las cuales me complacía, para que, por medio de ellas, pudiera deleitarme en mis criaturas, los hombres.”
En cada uno de estos justos –los únicos en medio de una generación perversa– se prefiguraba aquel Justo que el Padre Celestial enviaría al mundo al final de los tiempos para salvar a los hombres del “diluvio del pecado” y sacarlos de la “ciudad de la perversión”. A través del Justo, el Padre ofreció la salvación a todos los hombres. ¡Nunca se rindió en su lucha por el hombre!