«Dios dice: ‘Yo soy Padre, esposo, familia, alimento, vestido, raíz, cimiento… ¡Todo lo que quieras, soy para ti! También seré tu servidor, pues no he venido para ser servido, sino para servir. También soy tu amigo, miembro, cabeza, hermano, hermana y madre; lo soy todo. ¡Sólo tienes que confiar en mí!» (San Juan Crisóstomo).
En nuestro Padre encontramos todas las expresiones posibles del verdadero amor, de modo que Él lo es todo y puede convertirse en nuestro todo. Santa Teresa de Ávila lo expresa en pocas palabras: «Solo Dios basta».
Esto es también lo que nuestro Padre quiere, porque así llegamos a conocer cada vez más profundamente su amor en sus más diversas manifestaciones. Dios no deja nada fuera para que el hombre pueda percibir la plenitud de su amorosa presencia.
Si aceptamos su invitación, Él nos conducirá también a una mayor libertad, porque su amor permanece para siempre, mientras que las realidades creadas están sujetas a la transitoriedad.
De hecho, sólo podemos asignarles el lugar que les corresponde cuando estamos firmemente cimentados en Dios. Por eso, el vínculo con Él significa libertad, ya que cualquier realización que busquemos fuera de Dios es incapaz de darnos la paz y la felicidad que solo Él puede dar. Sin embargo, si nuestros cimientos están firmemente asentados en Dios y nuestra casa está construida sobre Él, entonces aprendemos a tratar todas las cosas bellas y maravillosas que Dios ha depositado en su Creación de tal manera que podamos deleitarnos en ellas como es debido y dar gracias al Señor.
Entonces, ¿qué nos aconseja san Juan Crisóstomo para asimilar el gran regalo de Dios? Simplemente, confiar en nuestro Padre. ¡Así es Él!