“NUESTRO PADRE: EL BUENO POR EXCELENCIA”  

«Nadie es bueno sino uno solo: Dios» (Mc 10,18).

Esta fue la primera respuesta que Jesús dio a aquel hombre que le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna.

Conocer al único Bueno, a Aquel que no puede sino ser bueno, y a su Hijo Jesucristo, es la vida eterna. De Él, que es la fuente de la bondad, fluye día a día la bondad hacia nosotros. Nuestro Padre tiene la «necesidad» interior de amar a sus hijos y colmarlos con todo lo que precisan para su vida temporal y, más aún, para la espiritual.

¡Para nuestro Padre es una alegría cuidar de nosotros! Y aún más, quiere hacernos partícipes de su dicha ya en esta vida terrenal, en medio de este valle de lágrimas.

En el Mensaje a la Madre Eugenia, nos dice: “Si me amáis y me llamáis confiadamente con el dulce nombre de ‘Padre’, comenzaréis a experimentar ya aquí en la tierra el amor y la confianza que os harán felices en la eternidad y que cantaréis en el cielo en compañía de los elegidos.”

¿No sucede tal y como dice nuestro Padre, el Bueno? Al sabernos amados por Él, ¿no se desvanece cada vez más la inseguridad de nuestra vida? ¿No se apacigua esa lucha que a veces creemos tener que librar contra todo y contra todos? ¿No se disuelve la tensión de tener que demostrar nuestra valía y justificarnos constantemente ante los demás?

Acudamos simplemente al Bueno y acojamos su invitación, y veremos que el gozo celestial empieza a anticiparse en la Tierra. ¿Podríamos acaso imaginarnos la eternidad sin vivir en perfecta alegría? ¿Podríamos imaginar que reine desconfianza y enemistad entre los elegidos? ¡Sería impensable!

Lo que nuestro Padre nos quiere hacer entender es la verdad: si correspondemos a su amor paternal, comenzaremos a «experimentar ya aquí en la tierra el amor y la confianza que nos harán felices en la eternidad».

¡Así es nuestro Padre, el Bueno!