“El hombre nunca podrá encontrar la verdadera felicidad fuera de su Padre y Creador, porque su corazón no está hecho sino para mí” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
¡Cuántas veces los hombres buscan la felicidad y la alegría sin encontrarlas! ¡Cuánto sufrimiento y desorientación surge de ello, cuántas decepciones, vacío interior e incluso desesperación!
San Agustín afirma que, puesto que el hombre fue creado por Dios de la nada, se acerca cada vez más a la nada cuando se aleja de Dios. Nuestro Padre permite que vivamos esa experiencia para que lo busquemos a Él y encontremos en Él la paz y la plenitud que no pueden existir fuera de Él. Incluso las posesiones más grandes y espléndidas, las posiciones de honor de todo tipo o las relaciones humanas más estrechas carecen de lo esencial cuando no están enfocadas en Dios.
Desde este trasfondo, podemos entender bien las palabras de Qohélet: “¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!” (Ecl 1,2).
¡Qué fácil es simplemente abrir el corazón a Dios, cuyo Corazón está abierto de par en par para nosotros y que nos ha creado para sí! Nos ha creado para llenarnos de su amor, para dar al hombre perecedero lo imperecedero, para abrirnos los ojos y hacernos partícipes de su gloria. Sólo con los ojos de Dios, que abren los nuestros, podemos empezar a ver con qué sabiduría nuestro Padre lo ha creado todo, con qué cuidado y amor nos rodea, consintiéndonos como a sus hijos predilectos.
Nuestro corazón empieza a comprender cada vez más dónde está su verdadero hogar. Se aparta de la vanidad de este mundo, ya no se deja atrapar por los placeres pasajeros y evita incluso el olor del pecado. Le pertenece a Dios y está infinitamente feliz por tener un Padre tan bueno.