En futuro quisiera hacer el 7 de cada mes una meditación sobre el “Mensaje del Padre”. Opto por el día 7 puesto que una de las grandes peticiones que Dios Padre expresa en dicho Mensaje es que se instaure una Fiesta litúrgica en Su honor, para lo cual escoge el día 7 de agosto. Pero hoy, puesto que celebramos la memoria de Nuestra Señora del Rosario, quisiera primero dedicar unas palabras a esta ocasión.
Esta memoria no está dedicada directamente a la oración del Santo Rosario; sino a la “Reina del Santo Rosario”. El trasfondo es el siguiente:
En el siglo XIV los osmanos habían conquistado gran parte de los Balcanes. En 1453 cayó la Constantinopla cristiana; a inicios del siglo XVI, fue subyugado el Cercano Oriente; en 1529, los turcos sitiaron Viena; en 1571, cayó Chipre. Ahora, también Creta estaba amenazada, y toda Europa corría el riesgo de ser islamizada. El Papa Pío V logró unir a los españoles con los venecianos en una alianza defensiva.
El 7 de octubre tuvo lugar la decisiva batalla naval… La flota cristiana parecía irremediablemente inferior a la turca, pues había sido llevada a una trampa. En esta situación, en que parecía no haber ninguna posibilidad de victoria, el almirante cristiano Andrea Doria se postró ante una imagen de la Virgen María. ¡Era la primera réplica de la imagen de la Virgen de Guadalupe!
Entonces el viento cambió de dirección a favor de los cristianos, de modo que pudieron emplear mejor sus armas y abordaron la nave insignia de la flota enemiga. Los turcos cayeron en pánico y la batalla resultó victoriosa para los cristianos. El peligro osmano había sido alejado… Durante esta batalla, las cofradías del Santo Rosario habían marchado por las calles de Roma en oración.
Un año después, el Papa Pío V añadió al calendario litúrgico la nueva Fiesta de “Nuestra Señora de la victoria”. Todos los cristianos tenían en claro que le debían la victoria a la Virgen. ¡Aprovecho la ocasión para mandar un saludo especial a América y particularmente a México, cuya amada “Morenita” intervino a favor de la cristiandad!
Ahora, dirijámonos al tema previsto para hoy. Como había mencionado al inicio, meditaremos un extracto del “Mensaje del Padre”; una revelación privada en la cual el Padre Celestial habla a la humanidad a través de Sor Eugenia Ravasio en el año 1932. Es un Mensaje aprobado por la Iglesia.
En sus coloquios con Sor Eugenia, Dios Padre la había invitado a realizar sus diversos quehaceres con gran vigilancia. En ese contexto, le dijo las siguientes palabras:
“Serás feliz hablando poco con las criaturas, y, en el secreto de tu corazón, aun estando en medio de ellas, tú me hablarás y me escucharás.”
Quisiera tomar estas palabras como motivo para recordar algo de lo cual he hablado una y otra vez: que en nuestro corazón debe formarse una especie de “celda”, a la cual podamos siempre retirarnos para dialogar con nuestro Padre. Esto es importante por muchas razones…
En primer lugar, se profundiza así aquella relación íntima con Dios que Él nos ofrece. Se nos convertirá en algo natural, de manera que el conocimiento de Dios y Su amor pueden crecer en nosotros. El “Mensaje del Padre” nos muestra que Él desea tener una relación familiar con nosotros, que nuestro corazón es el lugar donde quiere edificar Su templo. ¡Incluso dice que es ahí donde está Su paraíso! Entonces, Dios ama estar junto a nosotros. A aquellas almas que viven en estado de gracia, Él puede impregnarlas con Su luz.
Además, este espacio interior (podemos compararlo con una “celda monástica”) nos protege de las distracciones innecesarias, siempre y cuando lo cultivemos como corresponde. Las palabras que Dios Padre dirige a Sor Eugenia, diciéndole que hablará poco con las criaturas, no significan que en adelante tendrá que evadir a las personas. Además, se las dijo a una religiosa, que no tiene que ocuparse de las cosas necesarias de este mundo como lo hace, por ejemplo, una madre de familia. Se trata del falso apego –que también podemos tener a las personas–, que nos impide encontrarnos más profundamente con Dios. Si seguimos buscando en las personas algo que sólo en Dios podremos encontrar, entonces nuestra relación con Él no podrá crecer. Hemos de estar atentos a que nuestro corazón esté enfocado primeramente en Dios, de quien todo lo demás procede.
Otro aspecto a considerar es la función protectora que tiene este “espacio interior”. Cuanto más se forme en nosotros, tanto más nos llevará al silencio interior, a través de la presencia de Dios. Esto, a su vez, nos ayudará a escapar más fácilmente de las crecientes manipulaciones de un entorno anticristiano. Fortalecidos interiormente por la presencia de Dios, podremos mantener una visión clara.
Esta “celda interior” se va formando sobre todo a través de la oración en silencio, la “oración del corazón”[1]; o también rezando el Santo Rosario –o una parte de él– en el corazón. Yo personalmente rezo como oración del corazón: “Padre, te amo”. ¡Pero hay muchas opciones! Pienso que, al aumentar la tribulación, es muy importante entrar más profundamente en un diálogo interior con Dios. Lo recomiendo a todos, de acuerdo a cómo puedan ponerlo en práctica en sus diversas situaciones de vida. ¡Aunque fuesen sólo diez minutos cada día; pero, eso sí, con regularidad! El Espíritu Santo se encargará de llevarlo adelante…
En vista de la inimaginable cuarentena, que durante meses privó a muchos de la participación regular de la Santa Misa, adquiere particular urgencia este consejo. En nuestro corazón ha de formarse un “templo interior”, que permanezca abierto aunque los templos exteriores cierren sus puertas.
Finalmente, conectemos los dos temas de esta meditación. Así como la Reina del Santo Rosario protegió a los cristianos en aquel entonces, lo hará también en los tiempos anticristianos. El diálogo interior con Dios, nuestro Padre, será, por intercesión de María, un arma interior potente para resistir a los ataques de los poderes de la oscuridad.
[1] Para conocer más sobre la “oración del corazón”, puede leerse el siguiente documento, entre las págs. 32 y 40: http://es.elijamission.net/wp-content/uploads/2019/08/SOBRE-LA-ORACIÓN.pdf