Lc 1,39-48
Lectura correspondiente a la memoria de Nuestra Señora de Guadalupe
En aquellos días, se puso en camino María y se dirigió con prontitud a la región montañosa, a una población de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno; Isabel quedó llena del Espíritu Santo y exclamó a gritos: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; ¿cómo así viene a visitarme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”
Dijo María: “Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava. Desde ahora, todas las generaciones me llamarán bienaventurada.”
Hoy quisiera enviar un saludo especial a México, porque no podemos dejar pasar este día sin pensar en la Virgen de Guadalupe, la Patrona de América, cuya fiesta se celebra especialmente en México.
Lo que allí obró la Virgen a través de su aparición, que fue tan sencilla y a la vez tan grandiosa, produjo la conversión a la fe católica de los aguerridos aztecas. ¡Casi se podría hablar de un “nuevo nacimiento” del pueblo mexicano, gracias a las apariciones de Guadalupe! En el corazón de los mexicanos hay un gran amor a su Patrona, del cual yo pude tener parte en mi estancia en México.
En todas partes se cumple la profecía que María misma pronunció en el Magníficat: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones.” ¡Y es justo que así suceda, pues ninguna otra persona, aparte de Jesús, que es Dios y hombre a la vez, se ha entregado tan incondicionalmente a Dios y a su plan de salvación! Para María no había camino demasiado largo, ni carga demasiado pesada, ni tarea demasiado grande, cuando se trataba de servir al Señor.
La aparición de Guadalupe nos muestra que la misión de la Virgen continúa desde el cielo. De hecho, a través de estas apariciones Ella cumplió la voluntad de Dios, convirtiendo a aquel pueblo del que hasta ese momento sólo unos pocos habían acogido la fe católica, a pesar de los esfuerzos de los misioneros. Así, María se mostró como una gran misionera…
Dios puso sus ojos sobre María, y con cuánto amor habrá visto a aquella hija suya, a la que confió a su propio Hijo. Y también a nosotros nos ofrece esta relación de amor, pues todos estamos llamados a ser Sus hijos e hijas; todos podemos traer espiritualmente al mundo a Cristo; todos podemos donarnos a Dios como lo hizo María… Podemos estar seguros de que es esa la meta a la cual la Virgen quiere llevarnos. ¡Lo que Ella más anhela es que su Hijo sea conocido y amado!
¿Y qué podemos decirle a México? México debe ser fiel a la herencia que ha recibido, y esto significa cumplir aquello que María dijo a los sirvientes en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5). Entonces, por intercesión de su Madre, el Señor podrá transformar el agua en vino, y hará de México una gran señal para nuestra fe. “Con ninguna otra nación obró así” (Sal 147,20) –¡estas palabras del salmo podrían aplicarse para esta nación! Y esto es una enorme gracia; pero, a la vez, una gran responsabilidad. ¡Que México permanezca fiel a la fe y, bajo la especial protección de la Virgen María, resista a las tinieblas anticristianas que se expanden cada vez más en este mundo, adentrándose incluso en la Iglesia!
La aparición de la Virgen María es también un maravilloso modelo de auténtica inculturación. Ella se apareció como indígena al indígena Juan Diego. En su figura portaba muchos signos que los aztecas podían comprender: la cinta que está ceñida sobre su cintura indica que está embarazada; el cabello suelto, en cambio, es signo de su condición de virgen, conforme a la cultura indígena; la flor de cuatro pétalos que se encuentra justamente en su vientre, allí donde porta al Niño, es símbolo de la divinidad para los aztecas; el broche ovalado en su cuello tiene un estilo idéntico al óvalo de jade que cargaban las estatuas de los dioses de los aztecas, que supuestamente les daban vida. La diferencia entre los medallones de las estatuas y el de la Guadalupana es que el de Ella tiene la marca de la cruz, el símbolo de la verdadera vida… Esto sólo por mencionar algo de su rica simbología. A Juan Diego Ella se presentó como “la madre del verdadero Dios”. Así, después de su aparición los indígenas se convirtieron en gran número a la fe cristiana.
¡Es evidente la diferencia en relación al culto a la Pachamama, que tuvo lugar en el Vaticano! La aparición de la Virgen de Guadalupe es, por así decir, una inculturación obrada por el cielo, al servicio de la cristianización. El ritual a la Pachamama, en cambio, es la integración de un ídolo pagano en el culto auténtico de la fe. Es decir que es una perversión de la inculturación.
En uno de los más bellos himnos a la Virgen María, el así llamado “Himno Akathistos”, se entonan estas palabras al Señor: “Al Egipto iluminas con la luz verdadera, persiguiendo el error tenebroso. A tu paso caían los dioses, no pudiendo, Señor, soportarte…” Y sigue el saludo a la Virgen en versos como estos:
“Salve, tú apagas hogueras de errores;
Salve, Dios Trino al creyente revelas.
Salve, nos has liberado de bárbaros ritos;
Salve, nos has redimido de acciones de barro”