“Vuestra medida no son las sombras; sino el fuego de mi amor” (Palabra interior).
Sin duda vivimos en tiempos muy marcados por la sombra espiritual que se cierne sobre el mundo. Pero esta sombra no debe enturbiarnos ni convertirse en la medida de nuestra vida, aunque aumente día tras día. Una y otra vez nuestro Padre Celestial nos exhorta a elevar nuestros ojos a Él y nos da a entender que su respuesta al creciente alejamiento del hombre será un amor más grande aún, con el fin de salvarlo.
Si contemplamos la cruz de nuestro Señor, podemos reconocerlo con claridad. Al terrible acto de la crucifixión del Hijo de Dios, un hecho de suma e indescriptible oscuridad, Jesús responde con las palabras: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
Este es el fuego del amor de nuestro Padre, que resplandece en Jesús: perdonar a los que matan a su Hijo, afrontando la abominación del odio con el ardor de un amor indestructible. Este amor es la medida según la cual hemos de regirnos. A este amor hemos de encontrar y dejarlo entrar en nuestro oscuro corazón. Al acogerlo, permitimos que nuestra sombra sea abrasada por la luz interior y el fuego del Espíritu Santo. “Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos” (Secuencia de Pentecostés).
Entonces, tampoco podrán engullirnos las tinieblas que se ciernen sobre el mundo y sobre la Iglesia. Con la mirada puesta en el ardiente amor de nuestro Padre Celestial, vislumbramos ya la victoria sobre la oscuridad, porque “ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día” (Sal 138,12).