Estamos ya a las puertas de la fecha que Tú propusiste para la Fiesta litúrgica en Tu honor: el 7 de agosto o el primer domingo del mismo mes.
Padre, siempre somos abundantemente bendecidos por Ti… En algún momento, nosotros, Tus hijos –en toda nuestra debilidad– queremos devolverte algo. ¡Sabemos que lo más hermoso que podemos darte es nuestro corazón! ¡Éste ha de pertenecerte totalmente y sin reservas!
Pero hay algo más que quisiéramos regalarte, Amado Padre… ¿Qué te parece si invitamos a todas las personas que nos escuchan, ya sean de México, de Argentina, de Colombia, de Ecuador, de Brasil, de Venezuela, de Costa Rica, de El Salvador, de Panamá, de Chile, de Estados Unidos, de España, de China, de Inglaterra, de Escocia, de Francia, de Alemania, de Suiza, de Austria, de Italia o de muchos otros países, a cooperar conscientemente con nosotros en esta obra de Tu amor? ¡Que lo hagan también en representación de sus respectivas naciones, por sus familias y comunidades!
¿Te agradaría esto, Padre, aunque fuesen sólo pocos? ¿Y si son muy pocos? ¿Y si es apenas uno que otro de cada nación? Entonces, Padre, mira a través de ellos a todos a quienes representan, así como a través de Tu Hijo ves a toda la humanidad.
Tu amada hija, nuestra Madre María, también pronunció su ‘fiat’ en representación de todo el género humano. Ciertamente Ella está de nuestro lado cuando queremos honrarte y anunciar Tu amor. No cabe duda, pues ¿cómo podría Ella resistir ante tal propósito?
¿Y la Iglesia triunfante? ¡No titubeará ni un momento, sino que vendrá a nuestro auxilio! También pediremos la ayuda del ejército de los niños no nacidos, víctimas del aborto, y de la Iglesia purgante…
Así, al fin y al cabo seremos muchos, y esperamos que también de la Iglesia militante se unan algunos al “ejército del Cordero”, para hacer precisamente aquello que Nuestro Señor hizo y que es el mayor deseo de Su Corazón: “Yo te glorifiqué en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar” (Jn 17,4).
¡Éste sería nuestro regalo para Ti, Amado Padre!
A la Madre Eugenia Ravasio le dijiste:
“Si hay algo que desearía, particularmente en este tiempo, sería el aumento del fervor en los justos. Esto traería consigo una gran facilidad para la conversión de los pecadores; una conversión sincera y perseverante, el retorno de los hijos pródigos a la Casa del Padre, especialmente de los judíos y de todos los demás que son también Mis criaturas y Mis hijos (…). Oportuna o importunamente, todo el mundo ha de enterarse de que hay un Dios y un Creador.”
Amado Padre, si miro en retrospectiva las meditaciones de los últimos días, no puedo más que agradecer… En primer lugar, al Espíritu Santo, pues sin Él todo habría sido mera palabrería. Pero también a todos los que oraron por la fecundidad de esta novena y a los que colaboraron. Doy las gracias a los incansables hermanos de Harpa Dei. Gracias también por los numerosos y alentadores comentarios…
Aún habría mucho que decir, Amado Padre, pues nunca terminaremos de alabarte. ¡Gracias a Dios tendremos a disposición toda la eternidad para hacerlo! Pero ahora, estando todavía en la Tierra, ha de resonar también aquí tu alabanza, sin cesar jamás.
Quizá algunos de nuestros oyentes respondan y comprendan que el anuncio de Tu amor es lo más importante y también la mejor arma contra los poderes de la oscuridad.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.