Como nos das a entender, Amado Padre, Tú no estás lejos, sino muy cerca de nosotros, y te acercarás aún más, en la medida en que te lo permitamos y te abramos nuestro corazón.
Puesto que es así y Tú nos llamas a una infinita confianza, sabiendo que estás pendiente de todo lo que sucede a tus hijos, nos acercamos a Ti también en esta hora de la historia, para preguntarte qué es lo que actualmente está aconteciendo en la Tierra.
Hay tanta discordia y confusión. Incluso tu Iglesia está involucrada, y parecería que los poderes anticristianos obtienen cada vez más dominio. ¿Puedes darnos una luz?
En tu mensaje a la Madre Eugenia, prometes que dondequiera que seas invocado, traerás la paz, ya sea en las familias, en las comunidades cristianas, en las naciones y en la humanidad entera. Porque donde estás Tú, no habrá más guerras. Así nos lo dice la Escritura:
“El Señor es un Dios exterminador de guerras” (Jdt 16,2).
“Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.” (Sal 46,10)
“Quebraré y alejaré de esta tierra el arco, la espada y la guerra, y los haré reposar en seguro.” (Os 2,20b)
Ciertamente te refieres, Amado Padre, a la paz verdadera. Se trata, en primera instancia, de la paz contigo, de aquella paz que sólo Tú puedes dar (Jn 14,27), de la paz del corazón; y, a partir de ahí, la paz entre nosotros, los hombres.
¡Son maravillosas promesas que nos haces! Pero la situación actual en este mundo parece tan distinta…
Si te preguntamos por qué aún no se han cumplido estas promesas tuyas, podemos tener por cierto lo que responderás… Con justa razón, preguntarás si acaso los hombres te reconocen, te honran y te aman como Padre, tal como Tú nos lo pides. Preguntarás si los hombres guardan tus mandamientos y viven como hijos tuyos. Preguntarás si ya se ha instaurado la Fiesta en tu honor como lo has pedido. Entonces me quedo callado, Amado Padre…
Ciertamente hay personas que te invocan y te sirven como hijos tuyos. ¡Pero son demasiado pocos! Y tampoco se ha establecido aún una Fiesta litúrgica en tu honor.
Entonces, ¿qué nos corresponde hacer?
Abrahán negoció contigo, y Tú estuviste dispuesto a perdonar a Sodoma si tan solo se encontraban en ella diez justos (Gen 18,16-33).
¿Puedo también yo negociar contigo? Aunque no sean suficientes en cada nación los que te honran como Tú lo deseas, ¿no será posible que al menos unos cuantos representen a su respectivo pueblo, dedicándose totalmente a tu “obra de amor”?
¡Urge que despertemos de toda letargia! En todo lo que está aconteciendo en el mundo desde hace muchos meses, es evidente que se percibe Tu insistente llamado a la conversión.
Sólo si ponemos en Ti nuestra confianza y correspondemos a tu amor, se disiparán las oscuras sombras y serán vencidos los planes del Maligno.
Tú guiarás a tu Pueblo a través del desierto, y todo arrogante faraón será derribado de su trono (cf. Ex 14,18-28). ¡Si tan sólo lo entendiéramos!
Tomémonos en serio los deseos de tu Corazón y confiemos en Ti. ¡Éstos son una luz en medio de la actual oscuridad!
Precisamente ahora, en este tiempo, con sus absurdidades y crecientes tinieblas, cuando se intensifica cada vez más la sublevación contra Ti y tu Ungido (cf. Sal 2,2), hemos de reunirnos en pos de Ti y de tu Hijo, y anunciar tu amor. En los tiempos de persecución, tu luz puede difundirse aún más.
El profeta Isaías respondió a tu llamado:
“Percibí la voz del Señor que decía: ‘¿A quién enviaré?, ¿quién irá de nuestra parte?’ Dije: ‘Yo mismo: envíame.’” (Is 6,8)
Hoy, Padre, todos somos llamados.